Nueve años sin René, el último ilusionista

“No se puede hacer más lento”. René Lavand lo decía en cada una de sus exquisitas participaciones. No fue un mago, su arte estaba en engañar con los naipes, y así asombraba a su audiencia que en más de 50 años de carrera se multiplico por millones. Hace nueve años murió aquí, en su ciudad, en su tierra, donde vivía tranquilamente en una zona que hoy seguramente desconocería de tanto cemento incorporado. Con él, se fue un hombre que había recorrido el mundo con sus espectáculos, cuyo mayor orgullo era poder acompañar la baraja con sutileza y lentitud.

Ser espectador de un número de René Lavand, dicen, era iniciar un viaje hacia otra dimensión. Cada ilusión con sus naipes significaban una historia, una travesía donde la imaginación se ponía en acción. No era solo la destreza con la baraja, era acompañar ese don con la palabra justa, medida, bien dicha. René Lavand deslumbraba con un tempo propio, el que le marcaba el tono de su narración. Se lo dijo a un mago inspirador en su infancia. Y lo repitió toda su vida: “No se puede hacer más lento”.

El 7 de febrero de 2015 el mundo de la magia y una población mundial ilusionada siempre por sus naipes, despedía de este plano a Rene Lavand. Estudioso y simple construyó su propio mundo y conquistó a su público con su poesía a la hora de dibujar ilusionismo con sus cartas. “No se puede hacer más lento” susurraba René en cada uno de sus espectáculos, obrando pequeños milagros con una baraja de cartas. Mostraba los naipes con su única mano para subrayar con esa ingenuidad natural, propia de los mejores ilusionistas, la imposibilidad de cualquier trampa.

Durante muchos años fueron muchos los que se acercaron hasta su cabaña para aprender sus secretos. Él los tanteaba con preguntas, los estudiaba con paciencia. Ser alumno de Lavand cuesta miles de dólares. Y enseñar, para él, fue siempre cosa seria. Implicaba poner al descubierto técnicas que le habían llevado años modificar y adaptar para su mano izquierda. Unos pocos privilegiados lograron ser sus discípulos. René dijo siempre, que no estába dispuesto a perder el tiempo, y que enseñar no se trata de ganar dinero.

Todavía se lo puede ver en su coqueto carro en viaje hacia el centro de Tandil, demostrando su habilidad para conducir. Metía los cambios con la misma mano que tomaba el volante. En un segundo cruzaba de lado y pasaba a tercera como si nada. Debió ser otro de sus trucos. A diferencia de sus shows, mientras manejaba no contaba historias, pero si aprovechaba para putear. «Me cago en la mierda», apuntaba cuando no podía esquivar un pozo. Estamos seguros que hoy día, acentuaría la puteada para que mejore el efecto, teniendo en cuenta el estado de las calles a casi una década de su partida. En ese instante nos haría acordar al Turco, el rufián que interpretó en la película «Un oso rojo» y por la que fue nominado a los premios Cóndor como actor revelación.

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