El sonido de la radio siempre mantendrá viva tu voz querido Fernando Pinchentti

El 7 de mayo no es un día más para los que hacemos periodismo en Tandil. Cinco años atrás se convirtió en el fatídico día que nos avisaban camino a Tandil, volviendo de Mendoza, que Fernando no pudo aguantar más la agonía y falleció por la tarde en el Hospital Enfermeros Argentinos de la ciudad de General Alvear en la Provincia cuyana. Un momento de mierda, extremadamente doloroso y una partida que nos llenan los ojos de lagrimas. Las jugadas injustas del destino al ver partir tan temprano a alguien tan querible de este mundo en tres dimensiones.

El destino así lo quiso y la muerte lo encontró camino a la provincia del buen vino, a relatar fútbol como nos tenía acostumbrados cada vez que la globa giraba por los estadios argentinos. Una pasión que fue trasladada desde su padre, otro héroe del relato deportivo de la Provincia de Buenos Aires, como lo fue Sergio Mauricio Pinchentti. Ese 5 de mayo a la madrugada se empezó a apagar la luz que lo iluminaba y la voz con la que muchos tandilenses se enteraban de como los representantes de Tandil jugaban a lo largo y a lo ancho del país. No importaba donde fuera, él iba a estar ahí remontando los goles como cometas.

Le tocó relatar el ascenso al Nacional B en Gualeguaychu, quizás en el momento más difícil de su vida luego de la partida de su padre. Desde ese momento no se detuvo nunca. Compañero, solidario, buena gente. Conocedor del medio tandilense, de sus viejos momentos en Radio Tandil siendo apenas un niño, al quiebre de la radio madre y luego su paso por la AM 1180. Apasionado por lo que hacía, por el fútbol, el rock y la política. Todos en Tandil te extrañamos y en algún momento nos volveremos a encontrar.

TEXTO DEL COLEGA MARCOS GONZALEZ EN LA CONTRATAPA DEL ECO DE TANDIL MAYO DE 2017

Si ahora, en este mismo momento, estoy sentado frente a la computadora es por el pibe. Solo por él. Si vencí la tentación de salir a la calle a humedecerme, a caminar la tarde en busca de una noche que presumo larga, si no estoy ahora sacándome la bronca a tarascones con la garúa, es por él. Por vos, pibe. No por tu muerte. Porque esta muerte, infame en su destiempo, injusta en su elección, es una de esas muertes que quitan las ganas. De todo. Por un tiempo, por unos días o quizás para siempre, no hay acción posible ni pensamiento. Mucho menos escritura. Una muerte de hoja en blanco.

Pero no. Hoy mi deber es sentarme frente a la pantalla y de la nada que me invade hilvanar palabras, comas como silencios, puntos finales. Hoy mi deber es escribir. Porque una vez, el pibe me dijo ‘me gusta mucho lo que escribe’. Estoy casi seguro de que esa primera vez me trató de usted. Luego, por suerte, ya no: con tiempo él superó la reverencia y yo ese nudo en la garganta de recordar a su papá.

Y sé que de tanto en tanto me leía. Algo que viniendo de un pibe me provoca todavía más satisfacción. Aún más, sabiendo que era una buena persona. Y acá digo persona, no pibe. Porque decir buen pibe es bajarle el precio al elogio. Buen pibe se puede dejar de ser pasados algunos años. Buena gente se es desde siempre. Y para siempre. Ahora también y también en los tiempos por venir.

Por eso mi deber hoy es escribir. Un compromiso ineludible con una buena persona.

Que sepa esta muerte caprichosa e inoportuna que no se va a llevar todo. Que en mi caso, me queda un hilo de nobleza para cumplir con un trato que ni siquiera fue dicho. De eso se trata el deber, el compromiso; lo otro es meramente obligación. Que sepa esta muerte ciega e insensata, que nos quedan los recuerdos. No compartí muchos momentos con el pibe, ciertamente. Apenas algunos encuentros por el oficio en común, algunas cenas en el Defensa luego de un partido. Que sepa la muerte, que cuando se lleva a una buena persona y sobre todo si es joven, los recuerdos son también el futuro, lo que pudo ser.

Y en cada acto de injusticia que ocurra, recordaré que el pibe se pondría de pie para decir lo suyo; en cada alegría genuina, allá estará él con su sonrisa amplia.

Que sepa que eso nos queda. Y más también.

He cumplido con mi deber, Fernando.

Gracias por tu vida.

Horacio Sobol

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