Hace 44 años sonaba por primera vez Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota

El 7 de enero de 1978, en un tugurio de la capital salteña, inmersos en la más cruenta dictadura militar, ese verano sería testigo de los primeros acordes de una de las bandas icónicas del rock nacional en un escenario. Pasaron 44 años del debut de la banda que paradójicamente fue en la ciudad que nunca mas los volvió a recibir como grupo. La mística norteña pareció ser su fragua dejándoles el camino marcado como redención inicial.

La conexión con Salta llega de la mano de Skay Beilinson, guitarrista y fundador de la banda, quien en una entrevista con la revista Rock Salta comenta “La historia empezó en el año 76 que vino el golpe militar. La Plata se puso muy jodida, tuvimos dos allanamientos y nos salió la posibilidad de ir a Salta. Mi viejo había comprado unas tierras ahí con otra gente. Era a 300 kilómetros de la ciudad de Salta. Cuando llegamos y vimos lo que era eso… un delirio total. Estuvimos ahí en Salta viviendo casi tres o cuatro años”.

Aquella dura experiencia de Skay y su compañera Poli en el campo salteño, servirá para comenzar a explorar la mística norteña: “Aprovechando que estábamos allá, recorríamos todo el Norte. Conocimos gente preciosa y les contábamos que teníamos una banda de músicos delirantes, que eran Los Redondos, que en aquel momento ni siquiera teníamos nombre. Entonces empezamos a buscar un lugar para hacer algo”.

En tanto el luego vocalista de la banda, Carlos “Indio” Solari, relata en su libro de memorias “Recuerdos que mienten un poco” que “Un día llegan Skay y Poli de Salta donde administraban un campo de los Beilinson. Me vienen a ver, me dicen que quieren reunir a Los Redondos. Entonces nos largamos a hacer las primeras canciones… y estaban buenas, qué sé yo. Skay armaba las bases, yo hacía las melodías y ponía las letras (…) Yo seguía trabajando en una estampería de City Bell, y uno de nuestros clientes, a quien le vendíamos mucho, era el Mono Cohen, Rocambole. El Mono tenía en La Plata un negocio que se llamaba Indra (…) como nos compraba mucho, le dábamos crédito. Pero un día se fundió. Y nos debía guita. Entonces dijo: Lo que sí puedo hacer es pagarles el micro para ir a Salta”.

“Viajamos con unos franceses con los que habíamos trabado relación. (…) Cuando llegamos a la ruta ya nos habíamos chupado todo el whisky. Lo hicimos en plena dictadura. ¡Nos paraban en todas partes! (…) planificamos para la mierda. Llegamos a Santiago del Estero al mediodía bajo el sol ardiente. Antes habíamos hecho una parada, nos empezaron a rodear pibes que nos ofrecían sandías frescas. ¡Parecían haber salido de abajo de las piedras! Cuando caímos en Río Hondo, preguntamos dónde había una pileta pública. Necesitábamos refrescarnos desesperadamente. Nos recomendaron un lugar y fuimos. Nos tiramos de una, abrasados por el calor… y descubrimos que el agua estaba hirviendo. ¡Hacía más calor dentro de la pileta que afuera! Después comimos un chivito de mierda… muy mal hecho, quiero decir, y seguimos viaje”.

Redaccion

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