Coronavirus: ¿Por qué confiar en las vacunas?

Según la Organización Mundial de la Salud, se estima que durante el período 2011-2020, las vacunas salvaron más de 25 millones de vidas. “A ninguna farmacéutica le sirve fabricar ni a los médicos aplicar una vacuna que pueda causar un daño”, sostiene la investigadora del Conicet, Soledad Gori.

Ahora que las vacunas para combatir la covid-19 son una realidad y que las primeras naciones del mundo comienzan a inmunizar a sus ciudadanos, es cuando más hay que revalorizar el rol que estas tecnologías tuvieron a lo largo de la historia, tienen y tendrán en el futuro inmediato. De hecho, hay quienes dicen que, a la par con el proceso de potabilización del agua, constituye el invento que más vidas ha salvado en los tiempos modernos. Hace apenas un siglo, la principal causa de decesos eran las enfermedades infecciosas; ejemplos exitosos como la viruela, la polio y el sarampión bastan para justificar una afirmación tan categórica.

Soledad Gori, doctora en Biología (UBA) e Investigadora del Conicet, se basa en el “Análisis del Plan de Acción Mundial para Vacunas 2011-2020” de la OMS y le pone números al discurso: “No hay dudas de que representan un hito para la medicina. Se estima que durante el período 2011-2020 salvaron 25 millones de vidas, o en otras palabras, ¡5 vidas por minuto! Con lo cual, me parece que no debería haber demasiadas dudas sobre la importancia de la vacunación”. Enseguida, encendida, continúa con su explicación: “Las vacunas son muy seguras. A diferencia de las drogas para tratamientos, se les brinda a las personas sanas y no a las que están enfermas. Hay medicamentos que, si se revisan los efectos adversos, suelen ser muy terribles, como los empleados durante la quimioterapia. A ninguna farmacéutica le sirve fabricar ni a los médicos aplicar una vacuna que pueda causar un daño en las poblaciones”, sostiene.

Según Unicef, en el presente, las vacunas salvan las vidas de 3 millones de niños y niñas al año. Los datos sobran; el problema es que, como suele afirmar la doctora en Biología (UBA) y divulgadora en el área de salud, Guadalupe Nogués, no gozan del mismo prestigio que los medicamentos, pues, son víctimas de su propio éxito. “Cuando una vacuna previene una enfermedad, lo único que vemos es que la persona sigue tan sana como antes: no nos enteramos de que la vacuna efectivamente evitó que esa persona contrajera esa enfermedad”. En la actualidad, los gobiernos necesitan robustecer la confianza de las poblaciones. Así lo entiende Hans Kluge, director para Europa de la OMS, que en rueda de prensa a mitad de semana señaló: «La promesa de una vacuna es magnífica pero no podrá alcanzar todo su potencial sin una sólida preparación y la aceptación de la comunidad». Sucede que para la aceptación, hace falta información.

Lo que habría que saber

Luego de cerrar el acuerdo de compra de 25 millones de dosis con el gobierno ruso, Carla Vizzotti, Secretaria de Acceso a la Salud, planteó: “Está todo el mundo muy cansado, muy angustiado y tiene incertidumbre”; y admitió que “estar viendo en tiempo real que se están produciendo vacunas en un periodo corto puede generar alguna duda y es importante explicarle a la población que no se está salteando ningún paso, que simplemente se están haciendo más rápido”, aseguró. Tradicionalmente, las vacunas son tecnologías que demoran décadas en producirse. En efecto, lo que los laboratorios han realizado en este caso para la covid, es lo más parecido a una hazaña. En tan solo unos meses lograron conseguir resultados increíbles. Entonces, ¿cómo lo hicieron? Para empezar, nunca antes todo el arco de los campos científicos, médicos y privados estuvo tan concentrado en resolver un mismo problema.

Ensayos clínicos masivos y monitoreo constante. Todas las vacunas para el coronavirus que son y serán aprobadas para su uso de emergencia y distribución en las poblaciones han atravesado la fase de ensayos clínicos y han cumplido con los requerimientos solicitados por los entes reguladores. Para que la de Pfizer, por ejemplo, sea autorizada por el gobierno de Reino Unido, la fórmula vacunal debió previamente ser chequeada por la Agencia Reguladora de Productos Sanitarios y Médicos (MHRA), cuyo vocero afirmó el miércoles que seguía “estrictos estándares de seguridad, calidad y eficacia». Cuando Argentina autorice la distribución masiva de las dosis de Sputnik V y la de AstraZeneca, también deberán atravesar el monitoreo y la evaluación exhaustiva de la Anmat.

Las pruebas en fase 3 que laboratorios como Pfizer, Moderna, AstraZeneca o el Centro Gamaleya desarrollaron a lo largo de estos meses se llevaron a cabo en decenas de miles de voluntarios. Salvo casos excepcionales que aún están en estudio, las inoculaciones no causaron daños colaterales muy significativos más allá de algunas líneas de fiebre y dolor en la zona de la inyección. Asimismo, aunque el virus es nuevo, las plataformas vacunales no. “Para las vacunas contra la covid se emplean diversas plataformas, como las de virus inactivados (Sinopharm), que ya estaban en investigación y algunas, incluso, ya estaban aprobadas para la prevención de otras patologías. Luego hay variantes que utilizan tecnologías más nuevas, como las de ácidos nucleicos (Moderna y Pfizer), que en verdad se están evaluando desde hace años en fase 3 para otras enfermedades también. Las vacunas tienen antecedentes y aunque se usaban para otros patógenos pudieron ser readaptadas con velocidad para la pandemia”, describe Gori. Incluso, Sputnik V (cuyas dosis llegarán al país en primera instancia), emplea una técnica que ya fue chequeada con éxito en virus como Mers y en Ébola.

“Todas las fases se cumplieron, no se saltearon sino que se aceleraron. Ha habido una inversión muy grande y ello agilizó los tiempos de producción, cuando aún estaban en la etapa 2. También se resolvieron muchas trabas burocráticas, que tradicionalmente obstaculizan los procesos”, admite la especialista y referente del grupo Ciencia Anti-Fake News, conformado por colegas del Conicet. Otros aspectos también coadyuvaron a que las vacunas se fabricaran tan pronto: la disponibilidad de voluntarios, la posibilidad de hacer estudios multicéntricos, la circulación viral para comprobar la eficacia, así como también las ingentes inversiones monetarias y otras voluntades que por lo general no son tan simples de convocar.

La segunda cosa que hay que saber es que vacunarse es un acto solidario. Si un individuo se vacuna se protege a sí mismo, pero si se inocula a más del 70% de la población también se protege a los grupos más vulnerables como pueden ser, para el caso del nuevo coronavirus, los adultos mayores de 60 años. Como el patógeno debe atravesarnos para llegar a otras personas, los seres humanos pueden funcionar como barreras –“cortafuegos”, suele titular la médica infectóloga Leda Guzzi– y dejar de transmitirlo. Redunda, de esta manera, en un beneficio para la salud pública. Desde aquí, lo apunta Gori: “La inmunidad de rebaño protege a las personas que no tienen la posibilidad de vacunarse porque: 1) puede que lo tengan contraindicado –individuos con inmunodeficiencia de nacimiento o adquirida–; 2) puede que no tengan una respuesta inmune adecuada a pesar de que se hayan vacunado; o bien, 3) puede que sean alérgicas a alguna de las proteínas que componen la sustancia activa. Estas razones hacen que dependan de la inmunidad colectiva, es decir, que un alto porcentaje de la población esté protegido”, sintetiza. La inmunidad de rebaño lleva tiempo y, por este motivo, mientras tanto, será fundamental continuar con los cuidados ya aprehendidos: distancia social, higiene de manos y uso de barbijo.

Lo que no habría que hacer

Afirmar sin leer. Leer sin chequear. Las teorías conspirativas se reciclan. Las ideas sobrenaturales prenden con facilidad cuando la información que circula por los medios masivos, en su mayoría, es chatarra. El Gobierno, a través de su sitio oficial , comparte la definición de infodemia. El concepto, originalmente difundido por la Organización Mundial de la Salud, remite a “una práctica que consiste en difundir noticias falsas sobre la pandemia y aumentar el pánico en las sociedades”. Ante este diagnóstico, en el portal se proponen algunos consejos para combatir la circulación de las fake news: 1) no creas todo lo que circula en redes sociales, chequeá la información (¿Tiene sustento? ¿Es verificable?); 2) no compartas cadenas ni audios si no conocés la fuente original o llegan a grupos que compartís con mucha gente; 3) si lo que recibís apela al miedo o busca generar pánico, desconfía. Se usan esos recursos para aumentar el impacto; 4) elegí y confiá solo en las fuentes oficiales para mantenerte informado; 5) las fuentes más confiables son la OMS, el Ministerio de Salud de la Nación y la web Argentina.gob.ar. Hoy, más que nunca, informarse bien es saludable.

Desde el punto de vista de Gori, el problema es que, además de la falta, el exceso de información es nocivo. “Comúnmente no nos andamos preguntando por la eficacia de las vacunas que están en el calendario obligatorio. De hecho, muchas no llegan al 80%. Tampoco solemos preguntarnos por la nacionalidad del laboratorio que las fabricó. Hay un exceso de información que genera mucha ansiedad en la gente”, destaca.

Convencer a los incrédulos a partir de la descalificación. “Debemos cuidarnos mucho de los movimientos antivacunas, que desde hace mucho tiempo están. Son pocos pero muy ruidosos. A partir de teorías infundadas siembran la semilla de la desconfianza. Dicen que hay vacunas que pueden modificar nuestro ADN, o que pueden dejarnos estériles. Son explicaciones que no tienen ni pies ni cabeza”, enfatiza Gori. Aunque no hay una investigación rutilante que afirme, en rigor de verdad, qué porcentaje de la población mundial es antivacunas; sí se puede saber por la inmunidad de rebaño que existe para muchas enfermedades, que los grupos incrédulos son más bien minoritarios.

Sin embargo, lejos se está de conseguir que cambien de opinión si se trata de convencer a los que piensan diferente a través de la descalificación de sus propias ideas. Para ello, lo mejor es el diálogo: por un lado, el desarrollo de argumentos que fundamenten, desde la evidencia científica/histórica, por qué vacunarse salva vidas y, por otro, la escucha atenta de lo que aquellas personas que se rehúsan a inmunizarse tienen para decir. No todos los que tienen miedo en primera instancia, no estarían a dispuestos a vacunarse si se les brinda las razones suficientes.

El desafío se vuelve más complejo cuando, en algunos casos, las buenas razones no alcanzan para convencer a otro individuo acerca de lo fundamental que suele ser la inoculación masiva para la salud pública. La información servirá para robustecer los argumentos, aunque desde el otro lado de la orilla, muchas veces no se quieran escuchar. De hecho, no entender razones es muy característico de los seres humanos, plenamente racionales e irracionales al mismo tiempo. Como si fuera poco, la irracionalidad no siempre proviene del mismo bando. Carolina Moreno, catedrática de la Universidad de Valencia y experta en comunicación pública de la ciencia, comenta luego de presentar un estudio al respecto: “Ante temáticas como vacunas y pseudoterapias, las personas con menos formación tienen más confianza en el médico o el pediatra. Es decir, confían en las fuentes institucionales y en la autoridad de los profesionales de la salud o de otros ámbitos. Mientras, nos dimos cuenta que las personas con más formación todo lo ponen en duda y tienen menos confianza en autoridades e instituciones». Es cierto, lo de Moreno apenas es un estudio, pero sirve para iluminar un aspecto: tener más y mejor información, no siempre resuelve las cosas.

Los procesos de socialización contemporáneos no culminan en los medios de comunicación, sino que existen diferentes espacios que deben ser revisados para poder comprender por qué la gente no confía en la ciencia en situaciones concretas. Desde hace tiempo, afortunadamente, se ha comprendido que las personas no hacen lo que los medios les dicen que hagan. Habría que chequear de forma individual si los cientos de individuos que fueron en busca de desinfectante luego de que Trump incitara su toma para prevenir la Covid ante cámaras, lo hicieron porque sus cerebros no funcionan y operan como un colectivo zombi, o bien, porque ya había cierta predisposición, tendencia o desesperación por protegerse del virus de la manera que sea. El intento por comprender –que la realidad es más compleja de lo que se tiende a creer– no implica la justificación de los disparates. Que los medios tienen la culpa de todo es una salida muy cómoda, confortable. Creer en que las personas funcionan como recipientes que no pueden cuestionar la información que reciben, equivale a creer que cuentan con pocas herramientas para resignificar los mensajes.

Nota de Página/12

Redaccion

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