Por Facundo Basualdo para La Opinión de Tandil.
La pregunta por Santiago Maldonado incomoda. Se escucha a campo abierto y también en los pliegues. Hace eco entre paredes, resuena en el aire, retumba en las calles. Es la aguja que no deja inflar globos.
Es un pensamiento, una duda fundamental. Es un efecto, una necesidad, un deseo. Es política pero no solamente. Es también un impulso. Una pulsión. Es una pregunta por la vida. Una más.
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A Miguel Brú lo mató la policía bonaerense en agosto de 1993 en La Plata y su cuerpo nunca apareció. Rosa, su madre, lo buscó, luchó y lucha contra todos los estamentos de la justicia. Logró una sentencia, encarcelamientos. Avances y retrocesos hasta ahora: el expediente desapareció este año. Miguel tuvo marchas, tiene vigilias año a año, tiene noticias, una Asociación con su nombre, investigaciones publicadas sobre él y su muerte, reconocimiento en muchos, intención de olvido en otros. Hace 24 años no tiene cuerpo. Rosa repite siempre que digan dónde está. Aún tiene la esperanza de encontrarlo. Quiere poder llorarlo en algún lado, llevarle una flor.
Hay miles de muertes (o desapariciones) por gatillo fácil, por “excesos” policiales desde 1983 hasta hoy. Miles.
Jorge Julio López declaró en un juicio contra genocidas. Fue «un testigo clave» para la sentencia lograda contra el ex comisario Miguel Osvaldo Etchecolatz, dos años después de la nulidad de las leyes que impedían los juicios. Y lo era para lo que venía. Pero desapareció el 18 de septiembre de 2006, el mismo día de la sentencia (un mensaje que cumplía una amenaza latente, ¿hay mejor manera de graficar la existencia del terror que esa?). López tiene marchas, murales, denuncias hechas a su favor, reclamos de todo tipo, discursos que lo niegan, otros que insisten con recordarlo. Pero tampoco tiene cuerpo. Casi se cumplen 11 años y sigue desaparecido.
Hay, también, otras y otros testigos de causas por delitos de lesa humanidad muertos, amenazados, hostigados, perseguidos.
Marita Verón desapareció en San Miguel de Tucumán el 3 de abril de 2002. Su madre se encargó de buscarla en persona. Recorrió prostíbulos de los que fue liberando mujeres y juntando los testimonios que habían visto a Marita. Llegó a juicio oral a principios de 2012 y se absolvió a los acusados con el argumento de que esas voces reunidas a partir de desandar un camino dentro de la red de trata, que a la vez se fue desarticulando, no eran creíbles. En abril de 2014, la Corte Suprema provincial revocó el fallo y finalmente los condenó. Susana Trimarco transformó su vida por buscar a su hija. Logró políticas públicas, liberar chicas, poner lupa en todas esas complicidades y sentencia en los responsables de la desaparición de Marita. Pero no encontró a ella. Aún asegura que no se cansará de buscarla.
Miles de mujeres fueron y son víctimas de la trata. Miles de mujeres desaparecen en esa red, con complicidad de los tres poderes del Estado y las policías.
Ninguno de los desaparecidos borra al anterior. Se reclamó y se reclama respuesta por todos. Se reclama justicia. Todos, en sus particularidades, señalan un estado de cosas coyuntural y estructural a la vez. Del gobierno y de la oposición, de las fuerzas de (in)seguridad, de los medios, de la sociedad toda. En todos se acusa al Estado como responsable: de la desaparición, de su no búsqueda, de no velar por la vida de todos los ciudadanos y todas las ciudadanas.
Hay miles de familias, de padres, de madres, de hermanos y hermanas, sobrinos, amigos, que no tienen dónde llevar una flor, un recuerdo, un llanto. No se trata de un combate entre mejores o peores desaparecidos. Plantearlo es, además de cínico, esquivar el eje: no tiene que pasar más. Nadie quiere (o debería querer…) más familias con ausencias desaparecidas.
Una de las particularidades de la desaparición de Santiago que tuvieron todas las desapariciones anteriores pero que ya no tienen más, es la cercanía en el tiempo: pasó hace un mes. Por eso el reclamo es Aparición con vida ya. Es ahora. No es consigna, es urgencia. Una exigencia fundamental. Necesidad, deseo. Un impulso, una pulsión.
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Con Miguel Brú, con López, con Marita, con los 30 mil desaparecidos que dejó la dictadura cívico-militar, con todas las personas desaparecidas en democracia (sobre todo chicos pobres, sobre todo mujeres), los discursos oficiales y la cobertura de las empresas mediáticas fueron similares.
Están en Europa. Está en la casa de la tía. Debe andar perdido. Se fue a Chile. Está escondido. Se lo vio en Entre Ríos. En Brasil. En un camión yendo a Salta. O a Mendoza. Es una movida opositora. Subversiva. Desestabilizadora. Las madres que reclaman son locas. Esa vieja está loca. Está sola encadenada en Tribunales. Defiende a un provocador. A un asesino. A un guerrillero. Fueron incidentes. Fueron abatidos. Estaban armados. Tenían palos. Estaban encapuchados. Algo habrán hecho.
Es natural que los gobiernos se defiendan. Sea cual sea. La política requiere, también, defenderse sobre todo si se está en la posición de conducción. La defensa no puede quitar la búsqueda. La defensa no puede ser señalar “un enemigo interno”. La defensa no puede ser el silencio. El gobierno de un Estado no puede callar. En Argentina, las autoridades deben responder lo que el pueblo quiere saber hace más de 200 años.
¿Qué pasaría si las portadas de los diarios masivos también se lo preguntaran? ¿Qué pasaría si en vez de resaltar los “incidentes”, resaltara la represión o la aparición de policías de civil en una multitudinaria movilización? ¿Otra vez hay dos demonios en guerra? ¿La oposición es un enemigo a reprimir, a exterminar, a desaparecer? ¿Otra vez?
La estrategia es el intento de difuminar la pregunta. Perderla, desaparecerla. La complicidad mediática también es responsable. El terror se basa en la incomunicación.
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¿Desaparecen los gendarmes? ¿los militares, la policía? ¿los presidentes desaparecen? ¿y los ministros? ¿los jueces? ¿los periodistas? ¿los políticos opositores? ¿gente que sale en la tele desaparece? ¿por qué no? ¿por qué ellos no desaparecen? No se pretende que desaparezcan, claro. Si no lo contrario: preguntarse porqué desaparecen los que desaparecen. Generalmente trabajadores/as (o jubilados), generalmente jóvenes.
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En 1983, Charly García prometía que “los dinosaurios van a desaparecer”. Un año después, el cantante panameño Rubén Blades se preguntaba “¿adónde van los desaparecidos?”. Los Cadillacs y Maná, entre otros, la repitieron en otros momentos, por toda Latinoamérica.
En 1996, Los Redondos editaron Luzbelito, que cierra con la hermosa Juguetes Perdidos. Se la vinculó al asesinato en manos policiales de Walter Bulacio, también a los jóvenes desaparecidos de siempre. El Indio Solari la cantó en el velorio de Micaela, la joven de 21 años que desapareció una semana hasta que la encontraron muerta en Gualeguay, en abril de este año.
Esa canción que agita banderas rojas, banderas negras, que empodera con “este asunto está ahora y para siempre en tus manos, nene”, que promete que en la noche más oscura, se viene el día en tu corazón, en la letra original incluía una frase que finalmente le sacaron y la adelantaron para cerrar el prólogo firmado por Zippo: “El infierno de Luzbelito es un espejo para nuestra vergüenza. Somos hijos de multivioladores muertos. Somos los hijos de puta que van a beber de sus aguas y, ya sabemos, los hijos de puta no descansan nunca”.
Si no son las empresas mediáticas, serán los medios como Cosecha Roja, como Revista Anfibia, como la Agencia Paco Urondo, como las radios comunitarias, como La Opinión de Tandil. Si no es en las pantallas, será en las calles. Si no es en la cancha de Boca, será en la de San Lorenzo. Si no es en Twitter, en Facebook o en Instagram, será en los recitales de La Renga en Huracán donde se cante “el que no salta es militar” después de escuchar Lo frágil de la locura y que todo el estadio se haga la pregunta por Santiago.
Porque, ya sabemos, los hijos de puta no descansan nunca. Nosotros, tampoco.
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En un posteo, un amigo canta una canción de los ’90 de los Fabulosos Cadillacs: “En la escuela nos enseñan a discriminar, pero que poco nos enseñan de amor”. Otro compañero comparte el link de un gremio de docentes con “una cartilla didáctica sobre la desaparición forzada de personas”.
Un docente cuenta que tiene que enseñar lo que dice la Constitución: Artículo 75, inciso 17: “Reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos. Garantizar (…) la posesión y propiedad comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan”. Otro docente cuenta que en la Ley de Educación y en las currículas escritas en los Ministerios nacional y provinciales se insta a trabajar los derechos humanos vinculados a la desaparición forzada de personas.
Una compañera hizo una pregunta: “¿Qué nombre sabemos: los de los tres barcos españoles que llegaron a América o los de los cinco caciques indígenas que resistieron la invasión?” Otra compañera compartió las propagandas de la dictadura con un teléfono para denunciar si veían personas con movimientos sospechosos que podían ser subversivos.
No se propuso una línea para buscar a Santiago, sino que se propuso un 0800 para que no se “adoctrine” a los chicos. Se promovió el hashtag #ConLosChicosNo, sin pensar que ellos mismos son quienes también se hacen la pregunta que está en todas las redes en las que participan, que se hacen en las casas muchas familias.
Los y las docentes este año fueron acusados de todo en el marco del conflicto gremial. Fueron desatendidos por el Ministro de Educación de Nación que incumplió la ley que así lo exige. Fueron reprimidos. Se les exigió que no paren, que “no vuelvan rehenes a los chicos”, que “no les quiten las horas de clases”. Si cumplen la ley, si van a las aulas, si responden las preguntas que los chicos hacen, si cruzan la actualidad con los contenidos como se hizo siempre son acusados de adoctrinar como si las Escuelas fueran los Regimientos donde hacen la colimba.
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La pregunta sale por todas las vías posibles como salió por todos. En marchas, banderas, grafittis o afiches, canciones, discursos, testimonios, denuncias. Ahora también en las redes.
Habrá oportunismos de todos los colores. ¿Y?
Habrá discursos demagógicos. ¿Y?
Habrá exabruptos. ¿Y?
Habrá disturbios. ¿Y?
Se acusó a la pregunta de kirchnerista. ¿Por qué el massismo no lo pregunta? ¿y el radicalismo? ¿el oficialismo tampoco se lo pregunta?
Se acusó a la pregunta de ser de «sectores de la izquierda». ¿Por qué empresarios (dueños de canales de televisión, organizadores de grandes espectáculos, exportadores, accionistas) no lo preguntan?
¿Qué pasaría si esos sectores de izquierda o ese kirchnerismo no preguntaran por Santiago? ¿Quién lo haría? La madre, los amigos, los vecinos. Como tuvieron que hacer siempre. Incluso cuando no había sectores políticos que acompañaran.
La pregunta es dónde está. Haga quien la haga: dónde está. La urgencia es por la respuesta, no por el emisor.
Que se escuche, es una maduración social. Que se repita, también. Que sea burlada, que canse, que se responda con evasivas, no. Que la ejecución de buscarlo sea la respuesta, sería lo ideal.
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Ariel Garzi, amigo de Santiago Maldonado y testigo desprotegido por Patricia Bullrich, compartió con La Garganta Poderosa un texto titulado «No podrán asustarnos», del que se extrae este fragmento:
«Cuando avisaron que Gendarmería iba a reprimir, este 1 de agosto, había mujeres y niños, pero pocos hombres. Y por eso fue, sí, por eso, porque el Brujo tiene un corazón gigante. Yo ya estaba al tanto de la represión y sabía que había un detenido, pero no tenía certeza de quién había sido. Recién al día siguiente, me llegó la foto y entonces lo vi. De una, lo primero que hice fue llamar a su celular, acción que me ubicó en este lugar que me ubican ahora, ‘un testigo clave’. ¿Por qué? Porque me atendieron durante 22 segundos, sí, me atendieron y yo estaba ahí, helado, escuchando. Había alguien del otro lado, respirando.»
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A los desaparecidos hay que buscarlos. Hay que saber dónde están. No tienen que estar desaparecidos. Si está escondido en Chile, hay que buscarlo. Si está paseando en Europa, hay que buscarlo. Digan donde digan que suponen que está, hay que buscarlo.
Pasó hace un mes. Alguien atendió su teléfono. Otros lo vieron subirse a una camioneta de Gendarmería. Otros desmienten. Hay que buscarlo, al menos, por ahí. Desechar opciones antes de probarlas, en el mejor de los casos, es irresponsabilidad.
Hace un mes que no habla con su vieja ni con su viejo. Tampoco con los amigos. No vende nada en su puesto de la feria. Hace un mes que no aparece. Hace un mes que Santiago Maldonado está desaparecido. Está, no es. No queremos que sea un desaparecido. Por eso hay que buscarlo.
Y por eso hay que responder la pregunta que de tan repetida la quieren contrarrestar con que es mera demagogia, que de tan obvia y esencial la quieren refutar con “cómo va a desaparecer una persona en 2017, nos somos así”. Ni hay que dejar de repetirla. Ni es obvia. El viernes en Plaza de Mayo frente a una movilización multitudinaria, antes de que policías, entre los que había varios de civil, detuvieran más de 30 militantes y comunicadores de distintos medios, el hermano de Santiago, Sergio Maldonado, dejó en claro que no se cansarán de repetirla, que se trata de una vida, que es incomprensible esta violencia desaparecedora: “¿Hasta cuándo debemos soportar esta situación? ¿Hasta cuándo debemos preguntarnos dónde está Santiago? ¿Hasta cuándo seguirán cuestionando a Santiago, a sus fuertes convicciones, a su ideología de la solidaridad sin transar con nada ni con nadie?”
-Detalles de la investigación: www.santiagomaldonado.com
-Foto 1 de AFP y Foto 3 de Pablo Piovano.