Por Facundo Basualdo para La Opinión de Tandil
“Que el día nazca lindo para todo el mundo, un Brasil nuevo”, deseó Cazuza envuelto en una bandera verdeamarela, ante un millón y medio de personas en la primera edición del festival Rock in Río. Era el 15 de enero de 1985. Río de Janeiro desbordaría durante cinco días con bandas como AC/DC, Yes o B52, y los locales de Barao Vermelho, abrirían el show. Fue un punto de inflexión para la carrera musical de Cazuza y también para la historia de su país. Desde el Colegio Electoral en Brasilia, llegaba una de las noticias más esperadas por todos: Tancredo Neves había sido electo como presidente de la nación. Después de 21 años, la dictadura acababa de terminar en Brasil.
Los ’80 fueron años de transición para toda Latinoamérica. En el terreno político, terminaron los gobiernos de facto y se abrieron los procesos democráticos: Bolivia en el ’82, Argentina en el ’83, Brasil y Uruguay en el ’85, Chile a principios del ‘90. En el plano cultural, fue una década explosiva. En Argentina, explotaban —en medio de un circuito prolífico en el under y en la superficie musical— Los Redondos, Sumo, Virus. Por los rincones de Brasil también se multiplicaron expresiones de todo tipo: con la década recién comenzando Os Paralamas do sucesso se abrían paso como también la banda que Cazuza lideraba desde el micrófono, a la par de que el pueblo brasileño convertía en realidad el grito de “¡Directas ya!” surgido dos años antes de la caída dictatorial para acelerar el llamado a elecciones.
Era el único hijo del matrimonio entre el dueño de la discográfica Odeón, Joao de Miranda Araujo, y de la costurera y también cantante, Lucinha da Silva. Nació el 4 de abril de 1958 y fue anotado como Agenor por pedido de la abuela paterna, pero nombrado por el padre como Cazuza desde antes de nacer. De niño fue muy creativo y de adolescente no hubo escuela que lo admitiera definitivamente. En la casa se acostumbró a recibir visitas de enormes figuras de la música como Caetano Veloso, Rita Lee, Gilberto Gil o Elis Regina. Y además, escuchó con admiración a Janis Joplin y a los Rolling Stones. En ese marco convulsionado, creció la voz que dio la bienvenida a la democracia desde Río de Janeiro.
Para que se quede el mundo
Barao Vermelho (que significa “barón rojo”) lo precedía. Antes de aparecer entre sus filas, Cazuza hacía un curso de teatro en el que interpretaron una parodia de La novicia rebelde como trabajo final. El papel a cumplir era el de cantar “Odara” de Caetano Veloso. Conmovió con su actitud y su voz sobre esos versos: Dejame cantar para que se quede el mundo. Ese mismo día se acercaron a decirle que había una banda que buscaba cantante y al siguiente, tuvieron el primer ensayo. Fue a mediados de 1981 cuando empezó a acompañar la guitarra de Roberto Frejat, los teclados de Mauricio Barros, el bajo de Dé y la batería de Guto Goffi.
El primer disco, homónimo a la banda, salió en noviembre de 1982. “Escuché ‘Carta Azul’ y lloré y lloré. Y quedé apasionado, maravillado. Cazuza es un romántico auténtico”, dijo, generoso, Caetano, quien un año después para la presentación de un disco propio incorporó en el repertorio una de las canciones de Barao: “Todo el amor que existe en esta vida”. “Es el mejor poeta de la nueva generación”, insistió esa noche sobre Cazuza.
Al año siguiente llegó Barao Vermelho 2 que desde el mismo día de la presentación fue provocador. Entre las primeras filas estaban muchos de los principales artistas de la música popular brasilera, el teatro estaba lleno y la crítica no tardó en resaltar la producción de la banda que asumía la referencia de “una generación anfetamínica”. Apólogo de los excesos, declarado bisexual, Cazuza acompañó con su abrumadora personalidad, arriba y abajo del escenario, el ímpetu y la rapidez con los que Barao se instaló.
Maior abandonado, el tercer disco de la banda superó las 100 mil copias vendidas. Fue el último empujón que terminó por subirlos al escenario del masivo y primer Rock in Río. Esa noche cantaron por primera vez “El tiempo no para”, años después traducida y adaptada, entre otros, por Bersuit Vergarabat en Argentina. Unos meses después del recital más grande que habían alcanzado y atravesando malos momentos entre ellos, Cazuza tomó la decisión de separarse para seguir su camino como solista. Barao, por su parte, hizo lo propio. Tocó y grabó discos hasta 2001, luego hicieron algunos regresos esporádicos (2004 a 2007, 2012 y 2013) y este año anunciaron que se subirán al escenario una vez más para celebrar sus 35 años.
Santo y demonio
El último tiempo con Barao, afrontó fuertes fiebres. Visitó médicos que diagnosticaron mononucleosis primero y una infección bacteriana después. El año que quebró la historia de la banda y de Brasil, también quebró su vida. No solo porque empezaría como solista, sino porque después de leer un artículo sobre los síntomas del VIH, decidió hacerse el test que dio positivo. A los 27 años, Cazuza afrontaría un tratamiento muy agresivo, contra el virus del Sida, del que se ignoraba demasiado y se discriminaba aún más.
“’Sólo las madres son felices’ es un homenaje a los poetas malditos. A esas personas que en cierta forma viven al lado de la vida, de los que prefieren cambiar el escritorio por la calle. Los que decidieron vivir y escribir la vida. Personas que son santos y demonios al mismo tiempo.” Esa canción integró Exagerado (1985), el primer disco solista, y fue prohibida para difundir en las radios cariocas. Las polémicas seguían en manos de Cazuza.
La carrera continuó atravesada por el tratamiento. Las recaídas eran fuertes, las dosis eran cada vez más altas. Hasta que en 1988 esa primera etapa terminó y se sintió mejor. Ahí pudo encerrarse a grabar Ideología (1988). Con letras que describen a su generación y los primeros años de un gobierno que mostraba su peor cara, logró el medio millón de ventas. Las presentaciones del disco fueron con atención médica antes, durante y después de cada recital: oxígeno, enfermeras, ambulancia en la puerta. En alguno se desmayó al cerrarse el telón después de soportar la fiebre durante todo el show. “Yo no creo que haya vida después de la muerte. Así que si algo me pasa, que sea sobre el escenario”, dijo en uno de los traslados de urgencia a la clínica.
En diciembre de 1988, por las disputas de las tierras y los recursos del Amazonas, quienes pretendían explotarlas asesinaron al militante histórico Chico Mendes. Fue una muerte que alcanzó repercusión mundial y que sacudió la política brasilera, junto a una hiperinflación de más del 800 por ciento. Dos meses antes, Cazuza también había grabado un recital en vivo que llamó El tiempo no para y en uno de los primeros recitales posteriores, escupió la misma bandera que en enero de 1985 lo había envuelto con esperanza. Las opiniones a favor y en contra se expandieron al otro día. Y él respondió con una carta: “Realmente escupí la bandera dos veces y no me arrepiento. Sabía muy bien lo que hacía. Entiendo que la bandera brasileña es la que simboliza nuestra historia. Pues muy bien, yo escupo en esa historia triste y patética”.
El cóctel de pastillas con el que se resistía al virus, el vodka que nunca dejó de tomar, sumados a la desesperación de querer salir, grabar, cantar, vivir, mostraron un Cazuza desbordado, con graves momentos de locura. En la clínica, pasaba el tiempo lavándose las manos con adicción o sacando fotos a cabellos, pies, enfermeras o puertas. A veces terminaba sentado en el banco de una plaza abandonada, refugio de callejeros.
Mientras haya burguesía
La relación con los medios nunca estuvo en paz. Sus declaraciones y demostraciones sobre el sexo, el alcohol o las drogas arriba o abajo del escenario, la libertad con la que se declaraba bisexual, o fuera de alguna categoría, su lenguaje provocador, su discurso a favor del pueblo o contra los dueños del país, lo convirtió en un punto de múltiples críticas por diversos medios. En particular, los más sensacionalistas.
A principios del ’89, periodistas del diario Folha de Sao Pablo le preguntaron off the record porqué no reconocía su enfermedad. Y Cazuza, que no paraba de tomar vodka, les respondió a los gritos: “¿Tienen el coraje de tomar de mi vaso? Escriban que tengo esa cosa maldita, ¿acaso no es lo que querían saber? Pongan que tengo Sida y no aguanto más. Estoy con una salud óptima. De verdad. Es como si recién descubriera que soy portador del virus. No voy a parar de tomar por el sida. Tomo, fumo y hago lo que quiero. No voy a desaprovechar ni un segundo de mi vida. Además, el AZT (el cóctel de medicinas) con vino es una delicia”. Esa respuesta le costó no poder continuar el tratamiento en Boston porque no le revalidaron la visa en EEUU.
Fue ese año en el que con muy bajo peso, con dificultades cardiorrespiratorias, trasportado en silla de ruedas y acostado en un sillón durante las largas jornadas de grabación, editó Burguesía, en el que también le canta a la vida: “Vida loca, vida breve, /ya que no te puedo llevar, /quiero que me lleves a mí. /Vida loca vida, vida inmensa. /Nadie va a perdonarnos, nuestro crimen no compensa”. Y también en la canción que dio nombre al álbum, además de reconocer que nació en un seno burgués, la define en los primeros versos: “La burguesía apesta, /la burguesía quiere ser rica. /Mientras haya burguesía, /no habrá poesía”.
Esta vez la prensa no lo halagó. La familia le pidió a una periodista amiga, Angela Abreu, que lo entrevistara para promocionarlo en la revista Veja, la de mayor tirada del país. La charla se llevó adelante entre los dos, manteniendo los acuerdos de no incomodarse. Sin embargo, cuando salió a la calle la revista el 26 de abril de 1989, la imagen de tapa fue arrasadora para la salud de Cazuza. Se lo mostraba en una foto de un primer plano casi cadavérico con el título: “Una víctima del sida agoniza en plaza pública”. La periodista renunció y rápidamente se publicó una solicitada de repudio firmada por Gal Costa, Chico Buarque, Caetano Veloso, Tim Maia, María Bethania y otros artistas contra la mala fe de la editorial. Cazuza recayó por una descomposición que lo obligó a ser internado.
La revista Veja nació en 1968 como publicación de la Editorial Abril Brasil, de Vittorio Civita, hermano de César, quien había empezado en Argentina la historia del sello publicando historietas con los personajes de Disney y lanzando al mercado revistas como Siete Días, Primera Plana, Panorama, Corsa, Adán, entre otras, además de ser pioneros en el negocio de Papel Prensa. En Brasil, entre negocios millonarios con la dictadura, Veja se convirtió en la revista con mayor tirada del país hasta la actualidad.
También es conocida su historia de mentiras por el mero fin de lucrar: más de una vez debieron pedir disculpas por publicar información errónea y enfrenta hasta hoy varias denuncias por falsear la realidad. Desde inventar noticias sobre demostraciones científicas de la aparición del monstruo del Lago Ness en 1975, hasta disparates sobre los avances de la ciencia alemana para fusionar células animales y vegetales en 1983, además de operaciones políticas contra Collor de Melo en los primeros ’90 o a Lula Da Silva desde antes que ganara las elecciones en 2005. Jorge Fontevecchia, el titular de la Editorial Perfil, ubica a César Civita como “padre periodístico”; su revista Noticias en Argentina, es una emulación local del bajo periodismo de Veja, que en el año ’89 dio un golpe casi letal a Cazuza.
Quedará la música
El 7 de julio de 1990, Cazuza despertó cercado por la muerte. La presión por el piso, ya no orinaba, rechazaba los intentos de la madre de ponerle el nebulizador. Pesaba 38 kilos. El sida ya no tenía nada que se le opusiera. Tenía 32 años cuando lo enterraron en el cementerio.
Poco antes de morir, dijo: “Mis padres fueron muy comprensivos cuando les dije que era bisexual. Yo busco las respuestas a través de la vida. Cuando muera, nadie se va a acordar de ese costado mío. Sólo mi música va a quedar. Eso es lo único que el público se va a llevar de Cazuza”.
La misma mano que escribió que mientras haya burguesía, no habrá poesía, dejó una gran cantidad en forma de canciones, interpretada además por diversos músicos de Brasil y del mundo, y recordadas por el pueblo brasileño. La burguesía aún existe, los enemigos continúan en el poder, pero también está vigente la poesía que responde y discute contra ellos. Cazuza, como repetía en aquella versión de Odara, cantó para que el mundo se quedara.