Rusia 2018: a un año de un torneo imponente, con la seguridad como obsesión y Vladimir Putin en el centro de la escena

Lo que domina el paisaje es un soberbio estadio de fútbol, pero antes de llegar a él hay que rendirse, inevitablemente, a la imponencia de Vladimir Ilich Uliánov. Es Lenin el que observa severo desde las alturas de una enorme estatua a las puertas del estadio Luzhniki de Moscú, pero en cierto modo no es sólo él: es Rusia 2018 la que lanza pétrea y sin dar lugar a confusión el mensaje de que el suyo será un Mundial como ningún otro.

Doce estadios en 11 ciudades -Moscú tendrá dos-, 32 equipos y cuatro husos horarios diferentes harán que los argentinos vivan un Mundial netamente diurno. Los partidos más tempraneros se iniciarán a las ocho de la mañana; los más tardíos, a las cuatro de la tarde. La final del 15 de julio se jugará a las 12:00 de Buenos Aires, las seis de la tarde de Moscú, también en el remodelado Luzhniki. La otra sede moscovita será el estadio del Spartak.

No habrá Mundial en Europa y Asia a la vez, porque los organizadores plantearon los Urales como límite. Por eso es que en Siberia lo verán por TV y en Polonia lo tendrán al alcance de la mano, gracias a que el enclave de Kaliningrado será sede.

El clima ofrecerá verano y otoño a la vez, además de «noches blancas» en San Petersburgo. Sochi y Rostov son las sedes del sur, mientras que Volgogrado -la ex Stalingrado- será estrella en el área del Volga, donde las sedes restantes son Kazán, Nizhny Novgorod, Samara y Saransk. Ekaterinburgo, ya en los Urales, será la sede más oriental.

Pero en el Mundial, claro, se apelará a otros músculos, y ahí los locales están en leve desventaja. A Rusia le sucede lo mismo que a Estados Unidos, Corea, Japón y Sudáfrica en los últimos torneos: es un anfitrión sin posibilidades ciertas de victoria. El título de los rusos pasa entonces por hacer un Mundial que organizativamente no falle. Y aunque es cierto que aquella elección de la FIFA en diciembre de 2010 en la que también se le dio la sede de 2022 a Qatar sigue siendo hoy una fuente inagotable de problemas y sospechas, Rusia es un país que organiza citas deportivas a un nivel que pocos alcanzan.

Los problemas en el Mundial vendrán en todo caso por otro lado, por el de la situación política del país. Sucedió en Pekín 2008 y volverá a darse en Rusia 2018: aquella vez fue el régimen del Partido Comunista chino el que estuvo en la mira de muchos medios occidentales, y esta vez todo será bastante más sencillo, porque el objetivo será Vladimir Putin. Nada nuevo en un país que sufrió el boicot a los Juegos de Moscú 1980 e hizo un papelón mundial con el doping de Estado en los de Sochi 2014.

Así y todo, las críticas no son más que cosquillas para el Kremlin. Que el presidente ruso le dijera recientemente a Oliver Stone que no tiene nunca «un día malo» porque no es «una mujer», o que agregara que no se ducharía con un homosexual «para no provocarlo» podrá asombrar en Occidente, pero no en Rusia. La FIFA, a la que sólo le importa que el Mundial sea un éxito deportivo y económico, sabe en qué país está. Es un país que semanas atrás asombró con una noticia, la del descubrimiento de 110 norcoreanos en condiciones de cuasi esclavitud que trabajaban en las obras de los estadios para el Mundial.

Es un país, también, en la mira del terrorismo internacional y del interno. Un país obsesionado con la seguridad. En el Mundial no alcanzará con tener entrada, los aficionados deberán inscribirse en un registro de «fans». Todo estará controlado al máximo en una Rusia que el lunes celebró su día nacional con un impactante despliegue de pasión militar. El pueblo llano ama a sus soldados, aunque esta vez Moscú y otras cien ciudades del país fueron escenario de las mayores protestas en años. Más de 1.500 detenidos, incluyendo al líder opositor Alexei Navalni. La tensión irá inevitablemente creciendo de cara a un Mundial que implica atención internacional para los opositores, lo que no impedirá que los militares, las fuerzas de seguridad y los servicios secretos se conjuren para que del 14 de junio al 15 de julio del año próximo la seguridad sea total. En el camino, destacan los escasos medios locales críticos con el gobierno, la excusa de luchar contra el terrorismo (y el hooliganismo) sirve para conculcar derechos civiles.

El ensayo general de cara a ese Mundial de dentro de un año comenzará este sábado con la celebración de la Copa Confederaciones en cuatro ciudades: Moscú, San Petersburgo, Kazán y Sochi. Un mini-Mundial al que la Argentina faltará, porque perdió la oportunidad en 2015 al caer ante Chile por penales en la final de la Copa América, pero en el que estará, entre otras selecciones, Alemania, actual campeona mundial. Si el valor deportivo de la Confederaciones es aún discutible, su virtud como ventana al futuro es innegable: las enseñanzas que deje hasta el 2 de julio, día de la final, serán muy valiosas para la FIFA, el comité organizador y aquellos turistas que ya un año antes se animen a la aventura rusa.

Fuente: Canchallena.com

Horacio Sobol

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