Los que están apurados soplando en contra del viento

Y usted está sentado, igual que ellos, pero en otro lugar, muy lejos de ese recinto secreto donde se tejen los oscuros negociados.
Usted no está allí, está en otro lado, en su casa o colgado de un colectivo enclenque y muy caro.
Ellos están donde hay que estar, donde se firman los acuerdos sin poner un solo peso, donde se compra a los jueces y fiscales genuflexos, donde se apagan los colores para el común de la gente y se atragantan los bolsillos de los poderosos sin patria.
Ellos están en los confortables sillones del Olimpo de los inmortales, atorándose entre risotadas, burlándose de usted, poniéndole mil nombres distintos para no cansarse en ese ritual inmundo de suprimir toda esperanza a mordiscones.
Usted no está allí, no está ni cerca, usted está tratando de encontrar un pan que no se coma a su familia, está buscando la forma de comprender por qué cerraron las puertas de la fábrica y se quedó del otro lado, del lado de la calle. Usted está llorando, todos los días, por las cosas que se pierden, las que estos salvajes le robaron con una sonrisa tan amable.
Ellos, mientras tanto, están firmando un nuevo acuerdo, sobre la mesa de torturas o sobre el escritorio de un presidente, es lo mismo, lo mismo de siempre. Los negociados dan permiso para cualquier práctica, lo importante es el cuantioso resultado, las ganancias siderales, las divisas del blanqueo más negro de la historia.
Ellos están quedándose con todo, ya poco les falta. Toman la mano del títere que danza en los balcones y lo hacen firmar a voluntad lo que precisan, se sirven a su antojo, nos estafan y a nosotros nos queda la congoja del día después, cuando ya es tarde o casi tarde, tal vez.
Usted está contando las monedas para ver si llega a pagar el impuesto a la desmemoria que vino con aumento.
Ellos, muy lejos, mucho más alto de donde se encuentra usted, están brindando por una nueva tajada de la torta de la que ya no quedan ni las migas, nada resbala del elegante mantel, nada.
El cerdo de la voz metálica, el corrupto verdugo de todo un pueblo, el buchón, entregador, cómplice de los genocidas, estafador de jubilados, el que a fuerza de picana se quedó con Papel Prensa, el artesano del odio que muchos llevan tatuado en la piel y las arterias, el único dueño del Estado, ese que acá en la tierra se hace llamar Magnetto y esos otros mercenarios que son Aranda y Pagliaro con algunos demonios menores que le sirven de laderos, son los mismos de siempre, los que pisan a nuestros muertos, los que moderan su hambre con la carne de nuestro pueblo.
Ellos le rascan la panza a su perrito faldero y miran para otro lado cuando se roba algún hueso.
Y usted sigue en el fondo, arrastrándose con su angustia sobre la arena del tiempo, viendo si llega, viendo si alcanza, viendo si no es muy tarde para saberse despierto, para decir basta de una vez, para salirle al encuentro a esta horda de chacales que se derriten de miedo cuando piensan que es muy posible que estemos de regreso.
Por eso están apurados soplando en contra del viento, por eso están tan nerviosos, tan furiosos, tan inquietos; porque sienten que les queda poco, porque saben que volvemos.

 

…alejandro ippolito…

 

 

Alejandro Ippolito

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