Será que es tiempo de entender – o de entendernos – y darnos cuenta que si la alegría es solo brasilera como dice la canción, la tristeza parece ser patrimonio de lo argentinos. Por algo el tango es la música que nos representa en el mundo, esa misma donde una de las frases recurrentes refiere al «pobre corazón» presente en decenas de letras. Y es ese pobre corazón nuestro el que nace predispuesto a los latidos lastimeros, al compás de «y qué querés con este país» y todo otro enunciado que nos identifique con lo peor del mundo y con un destino de pobreza y desgracia.
No sé de dónde viene, habrá que dejarlo para otro texto el estudio pormenorizado de nuestro lamentable ADN. Lo cierto es que no nos creemos la grandeza, la posibilidad del progreso, el reconocimiento internacional. Siempre buscando el pero, el pelo y la quinta pata, siempre mirando de reojo nuestras posbilidades de crecer como país.
Tanto es así que despilfarramos 12 años de crecimiento y desendeudamiento, de soberanía recuperada, de derechos humanos ejemplares en el mundo, de planes de inclusión, de construcción, de estudio, de trabajo, de ciencia y de cultura.
Todo lo tiramos alegremente por la borda y ahora andamos con cara de amargados silbando otra vez el tango de la culpa y el desengaño.
Nosotros, como país, parece que no merecíamos ni la justicia social, ni las aproximaciones a la igualdad de oportunidades, ni el progreso, ni el reconocimiento. En cambio, parece que preferimos la escoria política, disfrutamos de los látigos del ajuste como una sociedad masoquista y autodestructiva que se siente más cómoda con el maltrato.
Ahora, por ejemplo, recibimos en el elenco estable del circo más triste y perverso del mundo al un paladín del neoliberalismo más salvaje, envalentonado por el aplauso idiota de la gente.
González Fraga, un verdugo más para el staff de matarifes de la patria..
…alejandro ippolito…
“No sirve estimular el consumo, es irreal” https://t.co/UNdWsPOE7A vía @Pagina12
— Página|12 (@pagina12) 20 de enero de 2017