«El central esplín», un cuento de fútbol

Por Sergio López

Hoy fue una sesión doble con mi analista, a la que vengo después de haber jugado con él, con quien compartimos la zaga central, yo como libero y el como número seis. Y no fue porque perdimos la final por penales contra la facultad de económicas que es por lo que asisto a la psicóloga, si yo dejé todo en la cancha junto a mis compañeros y en la definición por penales convertí, además hicimos un torneo bárbaro. Nosotros, la Facultad de Agronomía (la cenicienta en fútbol), habíamos llegado por primera vez a una final acostumbrados año tras año a quedar eliminados en primera ronda.

Unos meses antes se habían jugado las Olimpíadas en la ciudad de Lacar por dos cuestiones: una fue que en la última edición había habido incidentes por las noches en los bares de la última ciudad en que se jugaron y, tras algunas denuncias que llegaron a las máximas autoridades de la Universidad, estos decidieron trasladar la sede allí. Además querían promocionar la ciudad de Lacar donde habían llevado recientemente una extensión de la universidad y comenzaban a desarrollarse varias carreras, en su mayoría, profesorados.

Ese año en agronomía nos juntamos con un amigo y compañero de cursada (que iba a ser el técnico) a convocar jugadores para armar el equipo. Estábamos cursando cuarto año y sabíamos que en segundo año había una camada de estudiantes que jugaban en la liga agraria de Lacar. De ahí pudimos traer a siete jugadores que nos confirmaron su presencia. Luego, en quinto año, había dos buenos jugadores y pudimos agregar tres más porque eran los mayores que egresaban ese año. Querían participar en todos los deportes. Había que ponerlos o ponerlos. Ya éramos doce, pero necesitábamos más.

De cuarto año, aparte de mí, sumamos tres más y el resto, eran ingresantes donde había pibes que jugaban en la liga “del Trébol” una de las más competitivas de la región. La verdad es que ese año podríamos pasar la primera ronda si teníamos suerte en el sorteo de los cruces, si no, nos teníamos que cruzar con Educación Física y Económicas, los equipos más fuertes y poderosos en fútbol.

En tercer año había un estudiante de apellido Sokol que mi amigo y técnico me lo nombró porque lo había conocido en un torneo provincial jugado en Chapadmalal cuando estaban en sexta división. Lo convocamos y se sumó a los entrenamientos sin problema. Vivía en el paraje “La Nueva” ya que sus padres eran tamberos en un campo de los más grandes de la provincia. Él se manejaba respetuosamente con el grupo de estudiantes que formábamos el equipo y siempre predispuesto para los entrenamientos. Era el segundo central el número seis.

Para jugar de central tenía un físico acorde. Medía un metro y ochenta y ocho centímetros, era muy “tiempista” para ir de arriba y muy bueno para salir jugando de atrás. El último año había estado sin jugar porque se había puesto de novio con la hija del dueño del campo, que vivía en la Capital, así que viajaba casi todos los fines de semana a verla. El paraje “La Nueva” queda a 28 km de la facultad y Mauricio Sokol podía viajar diariamente a cursar sin problemas ya que sus padres para ese año le habían comprado un auto 0 km.

Entre los estudiantes de quinto año también estaba José Fernández, que tenía treinta y siete años y andaba dando los últimos finales de una carrera que no quería terminar nunca. Para el equipo era, sino el mejor jugador, el que le sigue, jugaba de ocho y fue el goleador ya que fue el autor de los únicos dos goles que metimos. También tenía gran predisposición para los asados y las salidas a los bares. Es más fue él quien nos dijo una noche en el bar que pusiéramos a sus tres compañeros de quinto año en la lista de buena fe.

Las olimpiadas se jugaban en el mes de octubre. Duraban una semana. Nosotros entrenábamos dos veces por semana durante todo el mes de septiembre y, faltando quince días para el arranque del campeonato, hicimos un par de amistosos donde confirmé que teníamos un buen equipo. Por otro lado, comencé a notar en Mauricio Sokol actitudes de un joven solitario. Venía a entrenar solo en su auto nuevo y alguna que otra vez lo acompañaba José Fernández, que era con quien tenía más trato porque los padres trabajaban juntos. Igual, con José era imposible llevarse mal.

Llegado el mes de octubre donde comenzaban las olimpiadas, en el sorteo no tuvimos suerte: nos tocó Educación Física, el rival más complicado que era siempre candidato y el más ganador en el medallero general de las olimpiadas.

Para mí, le dije a mi psicóloga, ese fue el comienzo de poder descubrir una personalidad nunca antes vista en un jugador de fútbol.

El miércoles 21 de octubre jugábamos el primer encuentro. Nos habíamos reunimos en la cancha cuarenta minutos antes del partido. El técnico dio el equipo que salía de entrada e hizo hincapié en un jugador que era la figura de Educación Física: su número diez, Guillermo Mollo. Un tipo con mucha visión de juego. Su estratega y con una pegada en movimiento o con pelota quieta excelente, parecido al jugador serbio que fue campeón con el atlético de Madrid Milinko Pantic. Para marcarlo el técnico decidió ponerle a Mauricio Sokol como marca personal. El partido comenzó a las 10 de la mañana para evitar el consumo de alcohol y así poder impedir posibles disturbios entre los estudiantes.

Cuando arranca el encuentro y de movida, Educación Física sale a presionar, Sokol se le pega a Mollo y, en la primer jugada de la que yo estaba muy cerca, veo al central hablándole al oído y señalando a nuestro marcador de punta izquierdo Walter Letun (uno delo ingresantes que jugo un año en Nueva Chicago) y yo escuché cuando le dijo:

-¿Sabes lo que le paso a la hermana del Walter? Vos tenés que saberlo, murió de leucemia hace tres meses, ¡si jugaste con él en las inferiores de San Martin F.C!

Mollo lo miró desconcertado y el central, sin perder un segundo, volvió a cargar sobre el estratega del equipo rival.

-Claro que sabes, forro de mierda, ¡pero nadie te vio en los festivales que hicimos para recaudar fondos! a vos, que jugaste con él y dijiste ser su amigo.

En la jugada siguiente con Educación Física en ataque el central Sokol corta un avance contra el lateral y sale con la pelota dominada. Iban veinte minutos del primer tiempo cuando apareció Mollo con una plancha descalificadora que por suerte no lo lesionó. El árbitro le sacó roja directa y Educación Física, el candidato de todos los años para ser campeón se quedaba sin su estratega y figura para el resto del partido.

Terminando el primer tiempo José Fernández, de nuestro equipo, con un tiro de media distancia con complicidad del arquero, hace el uno a cero.

En el segundo tiempo Educación Física salió a buscar revertir el resultado y nosotros pudimos liquidarlo de contra. Fue nuestra primera victoria en fútbol que no pudimos festejar porque al otro día jugábamos la semifinal contra Ingeniería al mediodía.

Era el jueves 22 de octubre, un día bien primaveral. El equipo repitió la formación con la que había logrado el histórico resultado contra Educación Física y la disposición táctica fue la misma: un cuatro-cuatro- dos tradicional y el central Mauricio Sokol iba como marca personal del número nueve de Ingeniería, un estudiante que había sido goleador de la liga de Lacar dos veces seguidas. De metro noventa y dos, pelo largo muy parecido al jugador checo Tomas Skuhravy, goleador del Genoa en la década del noventa. En Lacar jugaba para el Club Atlético Atlanta.

Teníamos un partido realmente difícil, la Facultad de Ingeniería estaba acostumbrada a pelear el título en futbol, así que arrancó el partido con dos tiros en los palos de su número nueve, solamente a los diez minutos del primer tiempo. Nos estaban pegando un baile bárbaro.

Fue en ese momento, después de que el nueve nos hizo un gol de cabeza, que el central se acercó a él diciéndole:

-¡Me entere de que estabas por casarte! ¡Qué tenías hasta la fiesta paga! ¡Hasta los pasajes para la luna de miel!!

Automáticamente, el delantero agachó la cabeza y trotó hacia el costado en posición de wing. El central lo siguió aferrado a su marca.

A los veinticinco minutos pudimos empatar el partido de penal; José Fernández fue el encargado de patearlo fuerte al medio y de ahí empezamos a dominar el partido y también comenzó el mayor hostigamiento del central hacia el delantero en el medio de la cancha.

Con nosotros sobre el área de Ingeniería se escuchó claramente:

-¡Asi que tu mujer te dejo por otra mujer! Y me entere que es tu prima hermana y que vendiste las alianzas y la casa que habían comprado…

El delantero cabizbajo comenzó a deambular en la cancha, erró tres pases seguidos y a la jugada siguiente hizo la seña hacia el banco pidiendo el cambio, faltaban dos minutos para el final de primer tiempo.

El técnico de Ingeniería, sorprendido, ve como el delantero camina hacia el banco de suplentes con la cabeza gacha haciendo movimientos de negación. Así dejaba la cancha el goleador que convirtió tres goles en el primer partido de los cruces.

En el segundo tiempo el encuentro fue aburrido, llegamos a los penales, por nuestro lado convertimos los cinco y nuestro arquero atajó el ultimo penal de la serie. Así por primera vez en la historia de la Facultad de Agronomía jugábamos la final de las olimpiadas en fútbol.

Los detalles de su marca al delantero de Ingeniería al igual que los otros dos partidos me los contó Sokol en el micro de vuelta a la ciudad cuando veníamos a comer un asado para festejar el segundo puesto. Yo me había sentado con él para saber, con lujo de detalles, que les decía a sus rivales. Cada marca, una historia que hoy yo le cuento a mi psicóloga, se convirtieron en terapia para mí.

El día sábado era la final a las 11 de la mañana. El último día de las olimpiadas. El rival, la Facultad de Económicas. Un equipazo siempre candidato perseguidor en el medallero de Educación Física. Tenía entre sus jugadores a Mariano Paz, un wing derecho como los de antes, bien pegado a la raya capaz de desbordar y hacer pasar de largo a cualquier defensor, un estilo similar al del rumano Marius Lacatus, figura del Steaua Bucarest y que también tenía gol. Sin ninguna duda el central Mauricio Sokol iba hacerle marca personal. Y así lo dispuso el técnico con la misma formación y el mismo sistema de los dos partidos anteriores.

El partido empezó parejo, nosotros teniendo la posesión los primeros minutos del partido. Tuvimos dos jugadas claras de gol que no pudimos convertir. A la mitad del primer tiempo empieza el hostigamiento del central al wing de económicas que desbordó por primera vez en el partido, tiró un centro atrás que el nueve mandó por arriba del travesaño, increíblemente. En la jugada siguiente durante un corner para Económicas, en el vértice del área chica, escucho al central que empieza a decirle:

-Hoy se cumplen dos años de aquel accidente con tu amigo. ¡Como zafaste vos! ¡Lástima que tu amigo no tuvo tu suerte! ¿no? ¡La reputa que te parió!

El corner es despegado con los puños por nuestro arquero. El wing sale del área y se vuelca sobre el costado izquierdo de su ataque. Pero el central no se despega de él. Vuelve al ataque Económicas y también el central que increpa otra vez al wing.

-¡Te negaste hacer el control de alcoholemia! ¡Qué buen abogado contrataste la concha de tu madre!

El wing le tira un codazo, pero el línea no ve y el árbitro tampoco

La final se pone trabada con pocas llegadas, mucha fricción y varios jugadores amonestados. Para el segundo tiempo la final continua con juego brusco, hasta los 10 minutos donde Mariano Paz elude a dos jugadores y estalla un remate contra el palo. Ante esto, el central vuelve sin piedad sobre él.

-¡Culpa tuya se murió! ¡Vos lo mataste!

Nuevamente Económicas ataca con el wing en unos de sus desbordes característicos y, cuando echa el centro, se toma el aductor y cae al piso. La jugada se diluye y el árbitro para el partido.

El número cinco de económicas, su capitán, hace el gesto de no va más, Mariano Paz la figura de Económicas deja la cancha producto de un desgarro. La marca del central Mauricio Sokol fue la que le produjo un estado de irritabilidad y enojo que desencadenó en la lesión.

Mi analista, Mirta, trata de desentrañar esta personalidad con la que me tocó jugar .Mirta es una psicóloga de las más reconocidas de la ciudad de La Plata. Viene cada quince días a nuestra ciudad. Lleva treinta años como profesional pero, además, tiene cuarenta y cinco años como fanática del Pincha de La Plata. Así fue que en la sexta sesión me dijo que este tipo de personalidades era muy difícil de encontrar y que algo vio, alguna vez, en un jugador pincharrata que había jugado en la reserva dos partidos solamente en el Estudiantes de Zubeldia. Dijo que luego se retiró del fútbol y no se supo más nada de él. Se comentó en aquel momento que había cambiado su nombre y se dedicó a cantar tangos por los bares Guernica y Alejandro Korn. Para mi psicóloga sin ningún tipo de duda yo había jugado con “El Central Esplin” un jugador melancólico que tiene desinterés por la vida.

La final termino 0 a 0, llegamos a los penales y los perdimos en la serie de uno. No pudimos lograr el primer y único título en futbol para Agronomía y, siendo el fútbol un estado de ánimo, no fue la derrota la que me llevo a psicoanalizarme, sino haber sido junto a Guillermo Mollo, Mariano Paz y el 9 de Ingeniería, figuras de los rivales, victimas del “Central Esplin” del que nunca supe más nada.

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