«El autocultivo ha recorrido un largo camino, convirtiéndose en un refugio para la calidad de vida de quienes abordan esa terapia»

El Dr. Gastón Barreto es investigador de CONICET y dirige el proyecto “Universidad y cannabis” (UNICEN). En esta entrevista Barreto se refirió a la revitalización del debate por la legalización del uso y consumo del cannabis, a partir de la presentación del borrador, por parte del ministro Ginés González García. También puso el foco en otros aspectos pendientes en la discusión: “Todavía no se refleja la complejidad integral que contemple el uso medicinal y cultural”, sostuvo. El jueves participará del debate Cannabis, en busca del humo blanco.

¿Cuáles son los puntos más altos del debate sobre la utilización del cannabis? En relación a ello, ¿cuáles las cuestiones que deben ponerse ya en la agenda pública para promover otro escenario en el uso y autocultivo?

Podríamos definir, a grandes rasgos, dos escenarios: uno definido por el uso terapéutico, paliativo y medicinal y el otro, definido por un carácter cultural.

El primero de ellos intenta abordar el decreto reglamentario del nuevo borrador. Desde esta perspectiva, hay una buena decisión –escrita, en primera instancia, en ese borrador- vinculada a generar esa autonomía, respetando el derecho constitucional y promoviendo, sobre todo, el acceso a la salud desde una visión integral. Quizá desde esta óptica no haya demasiadas estrategias desde el Estado, de construir políticas nuevas al respecto y creo que en ese punto es necesario introducir otras vertientes de análisis.

Durante el último tiempo, el autocultivo ha recorrido un largo camino, convirtiéndose en un refugio para la calidad de vida de quienes abordan esa terapia. Esperemos que la reglamentación sea lo suficientemente amplia como para garantizar que esto suceda en un marco reglamentario continente que aporte nuevas herramientas y estrategias para los usuarios.

La estructura del Estado puesta al servicio del control de calidad y cantidad, sumado al diseño de esquemas de dosificación, por ejemplo, ya colaboraría en la definición de un nuevo escenario. Sin embargo, hay un punto central que es necesario discutir y está relacionado con la puerta que se abre hacia la posibilidad de organizar el autocultivo de manera comunitaria. Creo que en ese aspecto hay un gran trabajo por hacer: un pequeño porcentaje elige el autocultivo y otro, la industria farmacéutica para obtener algún derivado cannábico. Pero una gran porción de la sociedad tiene que ser concebida en un marco más amplio del acceso, entre los cuales debemos contabilizar a quienes no tengan ningún tipo de cobertura, y quienes no eligen el camino del autocultivo. Si nos detenemos a analizar ese aspecto, estamos ante un enorme desafío por asumir en el plano comunitario, más allá de las políticas públicas que diseñe el Estado. Ya contamos con ciudades con esquemas de abordaje bastante simples pero efectivos, al respecto: estructura, recursos, compromisos, factores humanos y distintos actores e instituciones que generan miradas interdisciplinarias muy importantes. En esos casos, ya se está trabajando en un andamiaje público-privado, partiendo de una visión global de acceso a la salud. Claro que supone mucho trabajo por hacer en materia legislativa pero también es tiempo de involucrar en la discusión a la esfera privada que avizora las posibilidades del mercado.

Creo que hay que generar un sistema asociativo híbrido de un modo tanto o más decisivo que lo que realice el Estado en materia de políticas públicas sobre el acceso a la salud. Asociarse desde un esquema no es la solución que nos ponga de manera concluyente en el camino de la soberanía pero es un paso importante que dar en esa dirección.

¿Cuáles son los mayores riesgos que advertís en el contexto actual –alto consumo y gran desconocimiento- sin ninguna regulación de la actividad, más que la restricción punitiva total?

Los riesgos más visibles derivan de la cuestión punitiva en relación a lo que cada uno elige para mejorar su calidad de vida. Luego, hay otros riesgos vinculados a la ansiedad que genera esa situación de “ilegalidad” -entre comillas- porque en otros lugares está absolutamente legitimado. Hay cosas que suceden a pesar de los marcos normativos y leyes vigentes: eso es innegable.

Existe un gran consumo de derivados cannábicos; el mayor volumen se concentra en aceites, lo cual genera, la mayoría de las veces, desesperación y necesidades insatisfechas, a la hora de garantizar la provisión. Habría que reconsiderar si podemos definirlo como riesgo, aunque creo que generar expectativas en personas que cursan determinados síntomas o enfermedades –una situación que se sucede todo el tiempo- ya nos coloca ante un panorama al que tenemos que encontrar una respuesta. “¿De dónde lo saco? ¿Dónde lo consigo?” Son muchas más las incertidumbres y lagunas y la falta información que las certezas. Y esto también se registra en los ámbitos profesionales donde todavía se vislumbra una falta de capacitación y compromiso, cuando ya deberíamos estar debatiendo esta cuestión en otro escenario, al menos, la posibilidad de un debate en el que la salud pública debe adquirir un rol central y habilite una discusión amplia, garantizando ámbitos más integrales.

Creo que la mayor cantidad de riesgos están asociados a todo lo que subyace a esta cuestión de fondo, a una demanda acorralada por la clandestinidad, más que a cuestiones tecnicistas derivadas de su uso, lo que no supone hacer caso omiso a los efectos adversos, sino poner el eje de debate en cuestiones nodales.

¿Cuáles son los principales objetivos del proyecto Universidad y Cannabis?

El proyecto ya tiene su tránsito: desde su aprobación, en 2017, por la Secretaría de Políticas Universitarias se concibió como un terreno bien integral, que comprendiera la participación de muchos actores del ámbito social.

Los principales objetivos se siguen sosteniendo, habida cuenta de que hemos transitado poco en cuanto a la evolución de estadios en el plano nacional, aún cuando desde el terreno institucional, se ha intentado abordar en conjunto y de forma interdisciplinaria e integral esta necesidad insatisfecha mencionada anteriormente: es algo que ya sucede en la sociedad con una reglamentación que viene a la zaga, y lo mismo puede apreciarse, en términos generales, en la esfera científica y académica.

El proyecto tiene objetivos explícitos e implícitos que se fueron construyendo a medida que fuimos trabajando. Desde el comienzo, nos hemos propuesto sistematizar, organizar y visibilizar información empírica y evidencia científica, además de generar espacios de discusión sobre la temática. Desde un punto de vista técnico, también hemos iniciado la cuantificación de algunos derivados cannábicos que utilizan los pacientes.

Cabe destacar que no estamos hablando de una medicina alternativa, sino que nos manejamos con los mismos marcos de evidencia científica y de construcción del abordaje profesional de los profesionales de la salud para dar cuenta de un fenómeno social que no es lo suficientemente ponderado en todos sus órdenes. El cannabis no es una medicina distinta, es un complemento y se ha vuelto vital a la hora de contener esas necesidades insatisfechas que venimos enumerando. Desde esa perspectiva, el proyecto intenta abordar la temática con una óptica más abarcativa: desde la antropología médica, desde la salud, desde el derecho de los pacientes, etc.. Por esa razón, cada vez incorporamos al proyecto más actores activos para pensar en conjunto: docentes de Facultad de Derecho, de Ciencias de la Salud, de Ciencias Sociales y de Ingeniería, así como distintas organizaciones civiles.

¿En qué aspectos inmediatos es imprescindible anular el carácter clandestino de estas prácticas mencionadas?

En todos los aspectos: en lo inmediato sacar de la ilegalidad a quienes hacen un uso cultural del cannabis, en términos amplios. La actual ley de estupefacientes está totalmente obsoleta, basta observar lo que sucede a nivel mundial en lo que concierne al carácter regulatorio. En lo inmediato, también hay que avanzar en la despenalización y abrir la discusión sobre el uso del cannabis hacia otros lugares, en un esquema posible de legalidad y, en ese sentido, creo que hay que retomar la discusión sobre el uso terapéutico, medicinal y paliativo, que ya tiene un recorrido amplísimo en la práctica, razón por la cual se torna inminente la sanción de un paquete legislativo que introduzca modificaciones a la ley 27350 (uso medicinal de la planta de cannabis y sus derivados) y pueda contener a la enorme cantidad de pacientes y familias en un nuevo esquema de acompañamiento médico, asegurando también una estructura necesaria para que haya un seguimiento formal.

Todo ello lo garantiza el fin de la clandestinidad: es algo que debería haber sucedido hace mucho, un reclamo que se ha sistematizado desde 2017, aún cuando todo sigue igual.

Hay que ir por lo que sigue, es decir, hablar de un uso cultural del cannabis, inclusive en el uso industrial, pensar en una estrategia productiva y que deje de colocar a la historia del prohibicionismo en el campo de una batalla perdida contra grandes multinacionales.

Gaston Barreto participará de “Cannabis, en busca del humo blanco”, el debate organizado por el Sindicato de Prensa de Tandil y Azul. El encuentro se llevará adelante este jueves a las siete de la tarde a través de la plataforma MEET. También participarán de la charla: Ángel Orbea (coordinador del Centro de Día del Centro de Salud Mental del Municipio), Gustavo Ojeda (por la CADE, Cultivadores Unidos por sus Derechos Tandil), Diego Araujo (defensor oficial del fuero penal del Departamento Judicial de Azul), y el periodista Marcos González (El Eco Multimedios) por la entidad organizadora.

Link para acceder a Cannabis, en busca del humo blanco: https://meet.google.com/wcz-dzkr-ozm

Redaccion

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