Soberanía a los caños, hoy somos más colonia que ayer

Finalmente, a las 5:46 de la madrugada la Cámara de Diputados de la Nación aprobó uno de los más feroces presupuestos de ajuste de la historia contemporánea. Con 138 votos a favor y 103 en contra, el oficialismo de Cambiemos logró una victoria política que pone de rodillas a la última línea de resistencia de un modelo productivo e industrial. Entre gallos y medianoche, y luego de una feroz represión que dejó medio centenar de heridos y decenas de detenidos, los representantes de la voluntad popular en el legislativo decidieron hacer oídos sordos a ese mandato y al reclamo de un pueblo que se había volcado a las calles para intentar poner freno a las políticas de ajuste que impulsa el gobierno neocolonial de Mauricio Macri.

El Presupuesto para el funcionamiento de la República Argentina, la ley de leyes, fue confeccionado en oficinas del Fondo Monetario Internacional en Washington bajo la atenta mirada de tecnócratas norteamericanos y economistas de nacionalidad argentina formados en los think thanks de Estados Unidos. La fecha del 24 de octubre, dos meses antes del tiempo habitual con el que se trata el presupuesto nacional, era una demanda inexcusable de Christine Lagarde para habilitar el desembolso de 13.000 millones de dólares y seguir acrecentando el endeudamiento nacional.  El credo del Déficit Cero, amparado en un estricto dogma de reducción del gasto pero no en el crecimiento de la actividad económica y en la mejora de la recaudación, es la imposición de un relato inaceptable para las clases populares. Recortar la inversión en universidades, en educación básica, en el sistema de salud, en la seguridad social, en ciencia y tecnología para multiplicar exponencialmente el ítem vinculado a intereses de pago de la deuda es, claramente, una decisión política que tiene sus terminales en intereses extranjeros.

No será tarea de este editorial detenerse en los aspectos racionales y técnicos del feroz presupuesto de ajuste que todavía debe pasar por el Senado Nacional. Esa tarea se la dieron durante más de 15 hs. los legisladores en el Congreso y generó un nulo efecto; tanto en los diputados “opositores” que votaron a favor del presupuesto como en amplios sectores de la opinión pública que hoy mira para el costado sedada en la rutina diaria de una vida cada vez más pálida.

Entretenidos por las pantallas, la masificación de las redes sociales y un periodismo cómplice que hace del show el pilar fundamental de la dinámica del espectáculo, asistimos a una era de individualismo rampante e insensibilidad social montada sobre la persecución y el engaño que habilitan las noticias falsas, la estigmatización y la inoculación de la duda sobre el que plantea alternativas a “la única salida posible”, como afirma un obstinado Presidente de la Nación.

En ese sentido el periodismo merece una profunda reflexión sobre su ejercicio. Tanto en su práctica como tarea asalariada hecha por trabajadores y trabajadoras de prensa, como en el sentido último de su rol social. El periodismo nació, efectivamente, como una herramienta para contribuir a liberar a las conciencias críticas de las ataduras de la manipulación. Con el tiempo, los dueños de los medios de comunicación, de los canales escritos, radiales y audiovisuales donde se expresa esa libertad de prensa y de pensamiento, instalaron que el periodismo es replicar, casi exclusivamente, los condicionantes de su línea editorial. En el capricho y en el condicionamiento económico e ideológico de los grandes anunciantes se esconde la falacia objetivista. Por más duro que parezca, la única salida a esa encerrona es la participación colectiva y la ocupación del espacio público, la última línea de resistencia donde se pone en juego la conciencia libre de un ejercicio pero, sobre todo, el cuerpo. Aun así, como puede advertirse fácilmente en cualquier medio de alcance nacional e incluso local, la formación periodística no escapa a las matrices tradicionales y liberales que formatean la crítica de su propio ejercicio. Es extendida e incluso defendida, todavía hoy, la tesis de la objetividad periodística. Una cosmovisión que es rechazada de plano por numerosos intelectuales y científicos sociales desde hace décadas, sigue siendo el disparador natural de cualquier debate entre colegas. Todos y todas sabemos a qué tipo conclusiones se arriba partiendo de premisas falsas.

Poner el acento en cuáles son los mecanismos que catalizan la indignación o la pasividad social es una tarea que compete a quienes trabajan en la tarea de informar.  Aunque resulte incómodo resulta absolutamente necesario explicar por qué conflictos de carácter estrictamente sectorial [como el lock out de las patronales agropecuarias en 2008, por poner un ejemplo] pudieron ganar la cabeza y la vida cotidiana de enormes sectores de la población que no estaban ni cerca de ser afectados por esa conflictividad. Sin embargo la hicieron propia. Y hasta miraron con cariño justificante los cortes de ruta en diversos puntos del país, algo impensado hoy en día. Es curioso ver como una dinámica sostenida de ajuste, de eliminación de derechos para las grandes mayorías, de extinción  de beneficios sociales, de tarifazos impagables, de recorte del poder adquisitivo de los salarios y de transferencia de ingresos de las clases populares a los sectores más concentrados de la economía, es advertido, mostrado y comunicado como todo lo contrario, como un conflicto sectorial antes que masivo. Quizás, en esa tensión entre masividades individualizadas y singularidades masificadas se encuentra la disputa de un sentido común cada vez más colonizado. Como nuestra economía, como nuestras instituciones, como nuestra Patria.

Marcos Aguilera

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