El Macrismo no teme seguir incubando el huevo de la serpiente

En 1977 Ingmar Bergman estrenó la película “El huevo de la serpiente”, un clásico del cine sueco ambientado en la Berlín de posguerra de los años ‘20 y protagonizado por David Carradine – Kung Fu – y Liv Ullman. La crisis política, social y económica del Estado Alemán, luego de la derrota en la Gran Guerra y los costos impuestos por las potencias vencedoras a través del Tratado de Versalles, contribuyeron al germen de la Segunda Guerra Mundial y a la aparición de Adolf Hitler en el corazón de una Europa que empezaba a parir nuevos totalitarismos. El film del director sueco pone de relieve los condicionantes sociales que fueron sedimentándose en el sentido común del pueblo alemán. En el film puede rastrearse como la destrucción del  tejido social, el miedo generalizado como agente disciplinador, la demonización de “lo otro” y un fuerte sentimiento de apatía colectiva frente la injusticia, posibilitaron la aparición y el ascenso del nazismo alemán.

En nuestro país, luego de la victoria obtenida por el macrismo en elecciones libres y democráticas, el escenario discursivo de la política – pero fundamentalmente el territorio donde se desenvuelve su acción – sufrió un giro drástico, acrítico, tecnócrata y represivo que no por esperable resultó menos violento. La represión a los trabajadores de Cresta Roja, apenas 12 días después de haber asumido el gobierno, fue el botón de lo que el Ministerio de Seguridad estaba dispuesto a ejecutar bajo la conducción de Patricia Bullrich. La persecución política y la prisión ilegal de la dirigente Milagro Sala marcó el camino del trato que recibirían los dirigentes opositores. Luego vinieron las detenciones y los procedimientos televisivos para encarcelar dirigentes sin pruebas y violando el Estado de Derecho.

Durante los primeros meses de 2016 se reprimió a cooperativistas en La Plata. También dieron el primer aviso sobre la ausencia de límites en el ejercicio de la violencia cuando la Gendarmería disparó a niños murgueros en la Villa 1-11-14 del Bajo Flores. El Encuentro Nacional de Mujeres en octubre de 2016 también fue violentamente reprimido, igual que los 80 trabajadores del Ingenio Ledesma en Jujuy. En el barrio porteño de Barracas, Ezequiel Villanueva Moya, de 15 años e Iván Navarro, de 18, fueron secuestrados y torturados por más de 10 uniformados.

Un informe de la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi) publicado en diciembre pasado revela que durante la gestión del actual gobierno se reportaron al menos 725 muertes debido a la violencia ejercida por el Estado Argentino. El caso Santiago Maldonado, quien fuera hallado muerto en un río luego de más de 70 días desaparecido en el marco de una violenta represión desatada por la Gendarmería contra la comunidad mapuche Pu-Lof en el sur de nuestro país, marcó el quiebre definitivo de la relación entre los organismos de Derechos Humanos y el gobierno nacional. Sin embargo ese quiebre no se trasladó al conjunto de la sociedad. Amplios sectores de sociales no sintieron empatía con la familia del joven artesano muerto. Cuestionamientos irracionales, falsos testimonios, demonización sobre la víctima, fake newsy el supuesto combate a la denominada Resistencia Ancestral Mapuche (RAM), sirvieron para formatear la duda, impulsar el descrédito y neutralizar la empatía social. Los medios de comunicación con posiciones dominantes fueron un ariete central en todo ese proceso que cimentó ciertos conceptos en el imaginario social.

Pocos meses después, a manos del Grupo Albatros de operaciones especiales de la Prefectura, es asesinado por la espalda el joven Rafael Nahuel. La bala que lo mató ingresó por el glúteo y llegó hasta al tórax. Murió ahogado en su propia sangre. Tenía 22 años y se estaba capacitando en oficios. Durante días se intentó justificar su homicidio en el marco de otro “operativo contra la RAM”. Que lo hayan asesinado por la espalda no horrorizó ni movilizó masivamente el espíritu de solidaridad y empatía colectiva. Más bien podríamos decir que inauguró un modus operandi de las fuerzas de seguridad en todo el territorio nacional.

Días más tarde, en un paseo por La Boca, un policía de la Ciudad de Buenos Aires ejecutó una pena sumarísima – que no está legislada en nuestro país – contra un delincuente de 18 años que acababa de robar y apuñalar a un turista norteamericano. Mientras el delincuente intentaba escapar el policía – que estaba de civil – también le disparó por la espalda. Murió en el hospital. El turista agredido fue salvado por los médicos del sistema de salud pública argentino sin tener que poner ni un peso, ni un dólar.

La ministra Bullrich defendió al policía Chocobar y dijo que “se trató de una acción en cumplimiento de los deberes de funcionario público” y que era necesario un “cambio de doctrina”. El Presidente Mauricio Macri recibió al policía en la casa Rosada y manifestó sentirse “orgulloso” por su accionar. Nacía la “doctrina Chocobar”. Pocos días después, en Tucumán, un niño de 12 años fue asesinado por balas policiales cuando viajaba en moto junto a un amigo luego de ver un espectáculo de picadas. La bala ingresó por la nuca y salió por la frente reventando literalmente su cabeza e hiriendo a su amigo. Murió en el Hospital Padilla a las 4.30 de la madrugada. Se llamaba Facundo Burgos y estaba por empezar el colegio secundario. Su familia todavía lo llora mientras siente la mirada impune de un poder que debería proteger la vida en lugar de quitarla.

También en Brasil

El gobierno de Michel Temer, quien accedió al poder luego del golpe blando contra la Presidenta elegida democráticamente, Dilma Rousseff, lleva adelante un proyecto político neoliberal similar al que ejecuta Mauricio Macri en Argentina. De hecho ambos han manifestado admiración mutua. Nuestro país fue uno de los primeros Estados en reconocer “la institucionalidad” del nuevo gobierno brasilero.

Hace 15 días Michel Temer colocó en el Ministerio de Defensa a Joaquim Silva e Luna, el número dos del ejército brasilero, algo que no ocurría desde el fin de la dictadura. El nombramiento estuvo directamente vinculado a la intervención militar impuesta por Temer en Río de Janeiro para que el ejército “encabece la lucha contra el delito común” y tenga responsabilidades directas en la seguridad interior brasilera.

Hace pocas horas, apenas antes de empezar a escribir esta columna, nos llega a la redacción de La Opinión de Tandil la información sobre el asesinato de Marielle Franco, una reconocida activista por los Derechos Humanos de Brasil y la quinta parlamentaria más votada en las últimas elecciones celebradas en 2016.  La joven de 38 años oriunda de una de las favelas del norte de Río que luchaba contra la violencia policial había sido nombrada como relatora de la Comisión de la Cámara de Concejales de Río de Janeiro, una organización creada para controlar el accionar de las tropas a cargo de la intervención militar impulsada por Temer. Ayer por la noche un vehículo se detuvo al lado del suyo mientras se dirigía a su casa – iba con un chofer y una asesora – y desde allí la acribillaron a quemarropa. La joven socióloga y con una maestría en Administración Pública murió en el acto al igual que su chofer mientras que su asesora se encuentra gravemente herida.

Todo Brasil está profundamente conmocionado por lo que, a todas luces, se entiende como un crimen político. Los signos de la violencia policial e institucional exponen la limitación de un proceso político que naturaliza el ajuste y la exclusión. La derecha latinoamericana responde violentamente a la resistencia de aquellos sectores sociales que no están dispuestos a naturalizar el hambre y el ajuste sobre las grandes mayorías populares bajo el argumento maniqueo del “esfuerzo compartido”. El cepo mediático que imponen las grandes cadenas de información y comunicación sigue funcionando como un tapón que no permite canalizar ni la indignación ni la solidaridad colectiva. La agenda pública debe ser distractiva, entretenida y conservadora.

El desprecio a los argumentos racionales, la falta de rechazo a la violencia institucional, la mentira, el orgullo obstinado que alimenta la ceguera, la mirada ingenua sobre la realidad social y el descrédito al que se somete a la clase política toda pero, centralmente, a los proyectos políticos populares y de inclusión social, es un cómodo regazo para hacer crecer el huevo de la serpiente. A través de su membrana transparente podemos ver el futuro que, como dicen Los Redondos, llegó hace rato.

Marcos Aguilera

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