El PRO de la Provincia echó a la docente que pidió que no cierren las escuelas del Delta

La provincia de Buenos Aires despidió a la docente Nadia Emilse Minghetti, quién pidió públicamente a Vidal que no cerrara las escuelas del Delta.

El 15 de febrero Nadia publicó una carta en las redes, donde contaba su experiencia como docente en una de las escuelas isleñas, y explicaba la importante función social que cumplen. Al día siguiente, la provincia emitió su telegrama de despido “por motivos de mención exordial“, retroactivo al 22 de diciembre de 2017. La misiva lleva la firma de Sergio Szlapak, Secretario de Recursos Humanos de Vicente López, quien responde al intendente Jorge Macri, primo del presidente.

telegrama despido docente

Si bien la gran repercusión que se logró en torno al cierre de las 8 escuelas de las islas hizo que la gobernadora revirtiera su decisión original y 6 de ellas continuaran abiertas, 47 escuelas se cerraron, entre las islas, escuelas rurales y las nocturnas. La “optimización de recursos” solicitada por la gobernadora Vidal acrecentó los recortes en la educación pública, afectando directamente a los chicos de la provincia.

La carta de la docente:

Hace 14 años empezaba a trabajar como docente.

Mi primera escuela fue la ocho, una escuela rural isleña del Delta del Paraná.

No tenía idea de cómo era, de cómo podía ser, ni siquiera de cómo ir… me acuerdo que eran dos días a la semana para cubrir una suplencia.

Me dijeron que la lancha salía desde la estación fluvial de Tigre. Allá fui.

Ese primer día, de mi primer día de escuela como profesora, era un día horrible. Llovía y el viento volaba todo. El río estaba muy por encima de lo normal.

Desde la ventana del aula veía cómo el agua subía cada vez más y se iba metiendo en el muelle y después en el patio de la escuela. Nos fuimos 20 minutos después de haber llegado. Al día siguiente no hubo clases porque el agua tapaba todo. Así fue mi primer día como profesora.

Un tiempo después salieron horas para cubrir en la escuela 12. No dudé un segundo en tomarlas.

“La isla”, como le decimos todos, me había atrapado.

En el año 2005, se abría un cargo de creación en una escuela lejos, la 9, de arroyo Toro y Torito. La lancha salía mucho más temprano que las otras. Y a diferencia de las otras escuelas, esta lancha era solo de la 9, era la única lancha fiscal. Por lo tanto, nos llevaba a nosotros los docentes pero también íbamos buscando por el trayecto a nuestros alumnos, desde jardín hasta los de secundaria.

Era profe de un plurigrado, o sea, un curso con chicos desde 12 a 16 años. Cuando llegué a la escuela después de un largo recorrido (empezaba en Tigre, recorríamos el río Sarmiento, parte del Capitán, el Antequera hasta llegar al Paraná de las Palmas, hacíamos un trecho y luego nos adentrábamos nuevamente hasta llegar a la confluencia del Toro y el Torito) me encontré en un lugar silencioso, frente a una construcción de madera muy vieja, una escuela con más de cien años fundada por Sarmiento en el delta, sobre pilotes en medio de los sauces. Era como un sueño.

El director apareció en un momento con las manos con barro porque había estado laburando haciendo no se qué. Hacía mucho frío, era mayo, y en la isla el frío cala los huesos posta. La humedad…

Me quedé cinco años en esa escuela, yendo incluso días que no me correspondían para estar por ejemplo en un acto, o en una actividad propuesta por otros profes.

Fueron años de mucho aprendizaje y de mucho compromiso.

La escuela de isla no es cualquier escuela, los alumnos no son alumnos cualquiera.

La escuela es un punto de encuentro, un lugar de reunión donde confluimos todos, padres, profes y alumnos.

Donde se trabaja desde otra perspectiva, donde si el río sube por la sudestada, la clase sigue en la lancha, mirando carpetas entre mates con el ruido del motor taladrando la cabeza.

¿Saben qué fue lo que más me impactó el primer fin de ciclo lectivo? Que los chicos lloraban.

¿Y saben por qué lloraban? Porque era probable que no se volvieran a ver hasta el año siguiente.

Esa es la razón principal de una escuela rural en medio del río. La escuela une, abraza, encuentra… pasé muchas cosas durante esos cinco años en la escuela en la isla, lindas y feas, algunas dramáticas.

La más terrible de todas fue cuando un pibe que se llamaba Ezequiel de 12 años, descargó la furia que la realidad de mierda le cargó, contra los vidrios repartidos de la entrada del aula. Se cortó las venas y no paraba de sangrar. Dejando a los otros alumnos a cargo de la portera, me fui con el lanchero a la salita del río que quedaba a 15 minutos lo más rápido que la colectiva podía dar levantando los brazos de Ezequiel y manteniéndolo despierto para que no muriera desangrado. Sola con ese pibe en la salita mientras lo cosían… ese día cuando llegué a mi casa me desmayé…

Se enseñan y aprenden muchas cosas en las escuelas del Delta. Se enseñan matemática, lengua e historia, pero sobre todo se enseña a entender lo que significa enseñar y aprender.

Yo aprendí más allí que en todos los años que siguieron. Aprendí que la docencia se ama o se deja (la docencia posta, lo otro es mercantilismo barato), que por más frío o calor o lluvia o crecida o lo que sea que pase los pibes van a la escuela porque se encuentran, nos encuentran, encuentran la leche a la mañana y el almuerzo que quizá no tienen en su casa. Encuentran risas y amigos, juegos y pertenencia. Encuentran identidad…

Cuando nos enteramos de que la gobernadora María Eugenia Vidal quiere cerrar escuelas isleñas en San Fernando, escuchamos que no son rentables. Porque la rentabilidad (que parece ser lo único que importa) no es alta con los pibes de la isla ni con los maestros que van a dar todo allá.

Porque, claro, ¿a quién le importa si un par de pibes y pibas perdidos entre los ríos no van a la escuela? ¿Para qué quieren estudiar si pueden ir a cortar caña o juncos como hicieron sus papás y sus abuelos?

Se está viniendo una sudestada muy fuerte que, de no hacer algo, nos tapa a todos, a todos. Tendremos que hacer como las casuarinas que crecen a orillas del río: aferrarnos con nuestras raíces entrelazadas para afrontar la crecida, mantenernos firmes a pesar de que el agua socave la tierra. Y así, con esa firmeza, defender nuestro suelo, ése que nos permite crecer y florecer y dar nuevos frutos. Ése que hoy quieren arrebatarnos.

 

Fuente: El Disenso

Redaccion

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