Naides sabe en qué rincón se oculta el que es su enemigo

Por Facundo Basualdo para La Opinión de Tandil

El mediodía del 7 de noviembre de 1986, en Rosario, dos hombres entraron a la vieja casona de Balcarce 681, a una cuadra de una comisaría, y cometieron un triple femicidio que al día siguiente ocuparía las tapas de los principales diarios nacionales: las víctimas fueron Delia Zulema Ramírez de Páez (76 años), Josefa Páez (80 años) y Fermina Godoy (33 años), que era la empleada doméstica de la casa y estaba embarazada de seis meses. Las primeras, eran la abuela y la tía abuela de Fito Páez, con quienes había vivido hasta principios de los ’80, cuando se fue con Juan Carlos Baglietto y la “Trova Rosarina” a Capital Federal.

La mamá de Fito murió cuando él tenía ocho meses y el padre, había fallecido en 1985, “veinte días después de que llené el Luna Park con Giros”. Darle la noticia de la muerte brutal de las dos mujeres que lo habían criado no era nada fácil. La noche anterior a los asesinatos, Fito había debutado en el teatro El Circo Volador, en el barrio Lapa de Río de Janeiro. Brasil lo había recibido bien. Caetano Veloso ya había grabado su versión de “La rumba del piano, que se incluyó en el maxi-simple Corazón Clandestino, grabado en un estudio brasilero en marzo de 1986. Esa primera noche en Lapa “había sido una buena noche pero teníamos toda la sensación de que la del día siguiente iba a ser ‘la’ noche, porque había más entradas vendidas”, recordaba Alejandro Avalis, parte de la troupe que acompañaba a Fito, en la biografía del cantante escrita por Enrique Symns en el ‘95.

Llamaron desde Argentina para contarle y un Fito fuera de control destrozaría la habitación del hotel en el que estaban. El recital de esa noche se suspendió y, junto a Fabiana Cantilo, su pareja, y el representante Fernando Moya, volvieron a Argentina. A Rosario recién llegaron el día 11 y con Moya y el abogado Joe Stefanolo, se presentaron en la comisaría. Los medios se dedicaron a embarrar la cancha: entre otras cosas, acusaban a la familia misma y a Fito de estar vinculados con el narcotráfico rosarino. El primo de Fito, Eduardo, había visto cuando uno de los policías que requisaba la casa metía un pedazo de porro en un cajón en el que Fito tenía papeles viejos (“¿quién puso la yerba en el viejo cajón?”) y eso lo querían utilizar para resolver el caso: era una cuestión de drogas. “De todas maneras era absurdo estar hablando de 0,5 gramos de marihuana mientras habían matado a cuatro personas”, agregó el abogado Stefanolo. Fito y la familia no pudieron hacer un duelo en paz, sino que enfrentaron reiteradas indagatorias y acusaciones. El caso tardaría un año en encontrar a los culpables, cuando una travesti, pareja de uno de los asesinos, lo delatara en la comisaría: los hermanos Walter y Carlos De Giusti, con su oficio de plomeros usaron “el cuento del tío” para entrar en la casa de las viejas Páez donde ya habían hecho trabajos. Allí las acribillaron a las tres a tiros y puñaladas. Fito conocía al más grande desde la primaria, habían sido compañeros.

La tragedia empuja al artista

Así lo expresó Tom Lupo al intentar entender ese momento para el músico: ¿Cómo asimilar tanta crueldad sin sentido? Las primeras semanas Fito estuvo refugiado en la casa de Liliana Herrero, quien lo mimaría como a un hijo. Allí comenzó a crear Ciudad de pobres corazones. “La imagen más fuerte que tengo de él es con la campera puesta, la cara desarticulada y con una palidez permanente, haciendo gestos de rechazo a la prensa: ‘No tengo nada para decir, no tengo ningún mensaje’”, describiría ella. Luego, volvió a Buenos Aires a la casa de Pampa y Estomba donde vivían con Fabi Cantilo, pero la relación no estaba en un buen momento y, entre ellos y quienes los rodeaban, deciden irse. “Fito se fue a Tahití, porque nos estábamos peleando mucho. Estaba muy mal y yo no sabía qué hacer con él: no sabía qué poner en la tele, no sabía si decirle ‘Hola’, si hablarle, si no hablarle… Fito lloraba y no podía contenerlo. Estaba muy asustada y no entendía nada, creo que hice todo lo que pude”, contó ella tiempo después.

Fue en la isla de Tahití, en el medio del Océano Pacífico, donde se fueron con Avalis, con quien trazaron el plan: volver a Argentina, grabar y viajar a Nueva York para la mezcla. EMI, la discográfica, no aceptó pagar el viaje y tuvieron que grabarlo y mezclarlo en Panda. Antes de entrar a grabar la primera canción, Baglietto le preguntó a Fito cómo estaba. Él no dijo nada, entró y escupió los primeros versos del tema que le daría nombre al disco: “En esta puta ciudad, todo se incendia y se va, matan a pobres corazones”. “Así estoy”, le respondió al salir.

Se estaba cocinando el disco más oscuro y visceral de Fito, que saldría el 15 de junio de 1987. Además de los cuatro temas de Corazón clandestino, venía de editar La la la  con Luis Alberto Spinetta también en 1986 y Giros un año antes. En Ciudad… comenzaría con “Pompa bye bye”, un diálogo sucio por teléfono con la muerte que le pregunta si tiene más. “Todos tienen más”, le termina diciendo entre carcajadas. “Eran dos muchachas de 1920, lejos de los ruidos, lejos del mar”, canta en “De 1920”, con coros de Fabi Cantilo y un joven Andrés Calamaro, en el que además dice que “esto es una guerra, ya me han declarado, donde el enemigo puedo ser yo”. La percusión es de Osvaldo Fattoruso, quien también lo hace en el tercero del disco, tal vez uno de los temas olvidados de su repertorio, “A las piedras de Belén”. Ahí parece quejarse y pedir que “ya no quiero levantarme paranoico en el medio de la noche”, al igual que en el siguiente, “Fuga en tabú”, que continúa el tono de impotencia aunque también se permite decir “si hay que brillar, brillaremos”.

“Gente sin swing” es la primera canción que se corre de la tragedia personal para hablar de lo que veía afuera, donde previno lo que venía: “Y aunque te inviten a su mesa no estarán de tu lado”, encajó perfecto dos años después con la estafa del discurso electoral del menemismo, retomada también en la última elección presidencial. Lo sigue otro tema olvidado, “Nada más preciado”, cantado con Fabi Cantilo, a quien también está dedicado: “Tu amor es un karma, es parte de la red, pero me hace bien”.

“Ciudad de pobres corazones”, es tal vez el momento más agresivo. Asociado, muchas veces, a la Capital Federal, es el tema que narra la violencia en “la Chicago argentina”. Eliseo Subiela la retomó en El lado oscuro del corazón (1992) en una memorable escena de Oliverio por los pasillos del subte porteño. “No me verás arrodillado”, promete y la discografía que llegaría después lo respaldaría. “Rayos de sol a la hora del sol…” arranca Ámbar violeta, que recibió el mejor halago por parte de Spinetta: “Voy a ser grande cuando escriba una canción como esa”. Una canción hermosa, con acento en la mirada, con mucho sol iluminándola, con un halo de tristeza imposible de ignorar, “si uno pasa buscando y perdiendo certezas”.

En las dos siguientes hay vísceras y baile: “Bailando hasta que se vaya la noche” y “Dando vueltas en el aire”. En la primera, agita: “No sé cómo parar esta cabeza; porqué no prueban una noche, cuando lleguen a su casa, no haya nadie y el teléfono no suena, ¿a ver qué pasa?”. Y en la segunda, vuelven las certezas: “Nunca nada se repite como la primera vez, y siempre nos quedamos solos”. El insomnio y las pastillas (que van y vuelven a lo largo del disco, sea como Lexotanil o Geniol), reaparecen para el cierre con “Track Track”. Más viralizada por su reversión brasilera de Hebert Vianna en Os Paralamas, esta canción reclama amor, otra vez, a través del dolor: “Dame tu amor, sólo tu amor, pocas garantías hay para los dos, nada en este mundo tiene algún valor, todo el vecindario puede proceder, yo soy sospechoso como vos y él; vino todo el mundo, la radio y la TV, vino el comisario, los ángeles también, todos quieren algo, sangre o no sé qué, y todo el universo sigue intacto como ayer”.

Las primeras presentaciones en vivo fueron en Cuba –pre-bloqueo, pre-período especial–, en un Festival en Varadero, donde invitado por Pablo Milanés, Fito pisaba por primera vez la isla. Allí sintieron que era bien recibido ese perfil doloroso, más oscuro, de Fito. Luego llegó la gira en Buenos Aires y distintas ciudades en el país. La presentación no sólo fue sonora, sino que además fue filmado como un largo videoclip por Fernando Spiner, quien escribió el guión junto a Marcelo Figueras, poniendo a actuar a toda la banda en un ambiente turbio y oscuro como demandada el disco, con personajes sacados del under porteño que descollaba por esos tiempos.

Este año se cumplieron 30 años y el pasado lunes, un día antes del aniversario del asesinato a su abuela y su tía abuela, Fito anunció en su cuenta en Instagram que habrá al menos algún recital homenaje al disco antes de fin de año. No es nuevo el movimiento: lo hizo en 2015 con la gira de Giros al cumplirse las tres décadas y con los 20 años de El amor después del amor (que este año cumplió 25) con el recital gratuito en el Planetario porteño en 2012.

Ciudad de pobres corazones puede definirse como un disco fundamental para la discografía nacional y también en la carrera personal de Fito, quien se encargó de grabar la postal tormentosa en la que se vio sumergido a partir de la acción asesina de un par de tipos desquiciados. “Quizás una profecía”, dijo Fito después al recordar el afiche que aún colgaba en la entrada de la casa: “Naides sabe en qué rincón se oculta el que es su enemigo”.

 

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Foto: Helen Zout, 1986.

Horacio Sobol

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