Nunca se sabrá cómo hay que contar esto

Por Facundo Basualdo para La Opinión de Tandil

 

Al menos durante un tiempo, París fue un lugar de encuentro de latinoamericanos. Así fue como el fotógrafo chileno Sergio Larraín, luego de andar por la Ile Saint Louis, usar “el rectángulo en la mano”, como le decía a su cámara, y revelar en su taller lo hecho por la tarde, descubrió que en una de las imágenes, en segundo plano, había una pareja cogiendo. Ese día —u otro, da igual—, alguien llamó a la puerta: era Julio Cortázar. Le contó lo que le había pasado y Cortázar escribió “Las babas del diablo”. El cineasta italiano Michelangelo Antonioni leyó el cuento que está en Las armas secretas (1959), se contactó con Cortázar y le dijo que quería convertirlo en película. Y nació Blow-up, mirada por millones, además de ser cuestionada y también elogiada por el autor del cuento en distintas cartas escritas a distintos receptores. El cuento que une, tácitamente, al chileno con el italiano empieza con la oración que le da título a esta nota y es (la del cómo) la pregunta que se hace cualquiera que pretenda contar una historia. O, de mínima, la historia del autor de esa oración que, hace 103 años, un 26 de agosto de 1914, nacía en Bruselas entre las bombas de la Gran Guerra dirimida en Europa.

Se contó tantas veces, de tantas formas ya… ¿sobre la versatilidad de su estilo? No pasa con todos los escritores (ni con tantos) el hecho de reconocerles la búsqueda, el juego, la intención, cierta estética en una obra reconocida en su diversidad tanto por una cuestión de géneros como en términos de cantidad. Entonces, ¿sobre los cuentos, las novelas, los ensayos, los poemas?  “Estoy seguro de que, en conjunto, cuantitativamente, he escrito los mejores cuentos que jamás se han escrito en lengua española”, le dijo a Rosa Montero en una entrevista para el diario El País en 1982, y enseguida agregó: “Cualitativamente, conozco cuentos individuales que, en mi opinión, son mejores que cualquiera de los míos”. Entre los editados en vida y los póstumos alcanzan los 50 libros, incluyendo Papeles inesperados (2009), con textos dejados de lado en prácticamente toda su obra, entre 1940 y 1984. Tal vez podríamos recorrer las películas que se basaron en relatos suyos, como la mencionada o Circe o Intimidad de los parques o El perseguidor o la animada de los Cronopios, siendo uno de los escritores con más cuentos convertidos en películas.

“Tengo, sin embargo, una conciencia muy clara de lo que he hecho y sé muy bien lo que significó”, dijo en la misma entrevista, en el último tramo de su vida. La crítica a Cortázar abundó en halagos y en cuestionamientos. Sobre todo, a partir del posicionamiento ideológico que cambió con sus primeras visitas a Cuba en 1963, recién comenzada la revolución. Su “camino de Damasco”, como acusó, comenzó al irse como un joven burgués y crítico del peronismo en 1951 a París y lo transitó a la vez que comprendía las luchas populares de Latinoamérica. Ese camino también se refleja en su obra. Según Ricardo Piglia, en ese quiebre, “hay que reconocer que Cortázar vino a cambiar el escenario, cambió radicalmente la forma de hacer literatura de izquierda”. Y destacó, entre todos, el libro de cuentos Todos los fuegos el fuego en el que los “cuentos políticos” ya están presentes.

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En una entrevista anterior, publicada el 11 de marzo de 1973, día en el que Héctor Cámpora fuera elegido presidente, y realizada por el periodista y escritor Osvaldo Soriano para el diario La Opinión (rescatada aquí por Página12), Cortázar desanda ese camino desde lo concreto. Llegaba a Argentina luego de una recorrida por Ecuador (“donde no solamente no pasa nada sino que todo lo que pasa es malo”), Perú (“uno siente que algo se mueve en ese país”), Brasil (“un cadáver que camina y anda buscando a alguien para estrangular”), Chile con Salvador Allende recién electo (“Es un pueblo que lleva en la sangre una especie de sentimiento de legalidad aunque sea en las formas”). Y presentaba el Libro de Manuel: “Por primera vez en todo lo que llevo escrito, el libro intenta una convergencia de dos planos que yo había mantenido paralelos, separados: por un lado la literatura, y por otro lado lo que llaman el “compromiso ideológico”, en forma de artículos, firma de manifiestos, polémicas, etcétera. Aquí hay una tentativa de hacer coincidir las dos cosas en un solo plano. Y entonces me parece que un libro como éste exige la presencia del autor. Es el primer libro mío que –escrito en París– no puedo dejar que se publique sin moverme de donde estoy”.

Allí, además, destaca los libros de no-ficción escritos por Rodolfo Walsh y responde una vez más en relación a su vida en Francia o su no-regreso definitivo al país: “Tengo la impresión de que el hombre que soy y el tipo de cosa que yo hago puede seguirse cumpliendo con alguna eficacia sin una limitación geográfica. Más de diez libros, que me parecen a mí bastante argentinos, han sido escritos fuera de la Argentina. ¿No es ésa la prueba de que siempre estuve aquí? ¿Un tipo que vive en el extranjero puede escribir diez libros que los lectores argentinos han aceptado, reconocido y criticado como suyos? Incluso, rechazado como se rechaza lo propio. ¿Le parece que he estado ausente en la Argentina?” A partir de 1975, por más que hubiera querido, no hubiera podido volver al país.

No le gustaba que dijeran que estaba exiliado en Francia. No, al menos, en el período entre 1951 y 1973, porque volvía cada dos años o menos, visitaba el país durante períodos diversos, trabajaba en algún proyecto, presentaba libros. A partir del surgimiento de la Triple A y López Rega, escribió, denunció y se declaró como exiliado, tanto él como su obra: “Recibí formalmente en París la condena a muerte: cartas que me desafiaban a venir a Buenos Aires y me trataban de hijo de puta para arriba y para abajo, cualquier cosa. Yo tengo creada una buena fama de loco pero no de zonzo, y entonces venir para que me liquidaran inmediatamente -cosa que estoy convencido de que hubiera sucedido- me pareció tonto, absurdo desde todo punto de vista, personal y político. Entonces, en ese momento, sentí por primera vez en mi vida que me convertía en un exiliado” (Entrevista de Martín Caparrós, 1983).

En 1977, se sentó en el estudio del programa español A fondo para hablar durante más de dos horas en una histórica entrevista que ya tiene casi un millón de vistas youtube. No hacía más que tres o cuatro años que había logrado vivir solo de su literatura, de los libros publicados. En esa entrevista, se lo trata y se lo ve consagrado, con lugar a la reflexión, reconocido como escritor, poeta, intelectual. Por su obra y también por su compromiso.

La dictadura ya estaba en curso en Argentina. Los desaparecidos eran miles, que incluyeron a reconocidos escritores (en el poema Ándale, nombra a algunos). La denuncia y el elogio de la locura en relación a las Madres de Plaza de Mayo, también forjaron un lugar en las letras de Cortázar. De la misma manera que había acompañado los procesos de cambio en la región, también denunció las atrocidades de los regímenes dictatoriales del Cono Sur. Eso, claro, motivó la prohibición de su obra y de él mismo.

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“El 29 de agosto de 1975, la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires registró el legajo N° 3178; la ficha tiene sólo seis datos: apellido, nombre, nación, localidad, profesión y antecedentes sociales. Cortázar. Julio Florencio (el segundo nombre escrito a mano alzada). Arg. Francia. Escritor. Entidad ‘Habeas’”, informó la Comisión Provincial por la Memoria —a cargo del archivo de la ex DIPPBA— en 2015. El legajo reúne cables entre los distintos organismos de inteligencia de las policías y las Fuerzas Armadas; en uno, detalla: “Registra antecedentes ideológicos marxistas que hacen aconsejable su no ingreso y/o permanencia en la administración pública, no se le proporcione colaboración, sea auspiciado por el Estado, etc”.

Habeas, la entidad mencionada en el legajo, fue una fundación creada por Gabriel García Márquez en 1978 a la que Julio Cortázar se sumó un año después. En uno de sus textos, incorporado también en Papeles Inesperados y titulado Alguien llama a la puerta, dijo:

“A balazo limpio o con las sordinas de mecanismos más refinados, los regímenes dictatoriales han seguido pisoteando todo aquello que les parece libre, democrático y popular.
Desde luego, la triste ley de la fatiga y del olvido adelgaza las memorias de quienes necesitan para indignarse las hormonas diarias de la TV y los periódicos; los muertos no hablan, desde luego, los presos tampoco”.

A 103 años de su nacimiento, tanto sus cuentos como sus novelas, sus ensayos como sus poemas mantienen vigencia. Los posicionamientos políticos como el enunciado, acabados en París el 12 de febrero de 1984, también. Todavía hay quien caracteriza al mundo entre cronopios, famas y esperanzas. Se publicaron sus descartes, sus cartas, hasta sus clases (como las que dio en Berkeley, en 1980: “No hay temas buenos ni malos en ninguna parte de la literatura, todo depende de quién y cómo lo trata. Alguien decía que se puede escribir sobre una piedra y hacer una cosa fascinante siempre que el que escriba se llame Kafka.”) Aparecen, a menudo, frases cortas y textos enteros de su autoría en posteos de las redes sociales. Como apareció uno en este aniversario, que recordaba lo dicho por Cortázar en París en 1981: “el sentimiento de lo diabólico se abre paso como si por un momento hubiéramos vuelto a las vivencias medievales del bien y del mal, como si a pesar de todas nuestras defensas intelectuales lo demoníaco estuviera una vez más ahí diciéndonos: ‘¿Ves? Existo: Ahí tienes la prueba’”.

De la misma manera en la que Cortázar fue el puente (que “es un hombre cruzando un puente”) entre el fotógrafo chileno y el cineasta italiano, ese posteo, o esa frase, unió la  historia reciente con el presente en el que nos preguntamos por otro desaparecido, por quien también se presentó un pedido de habeas corpus. No sabemos, claro, si Cortázar se hubiera comportado igual con aquellos desaparecidos que con los de hoy. No importa ni tiene sentido hacer la ucronía. A esta altura, entre tanto repaso hilando entre la obra y la vida, entre lo escrito y lo dicho, tampoco importa preguntarnos cómo hay que contar esto. Vale, eso sí, mantener en vigencia la obra entera y elogiar la locura en defender la vida, pretender la verdad, celebrar la búsqueda de humanidad. Por eso es que no pareciera quedar fuera de lugar la pregunta que disparó el posteo señalado, que trajo a Cortázar —como esta nota, como cada libro— una vez más al presente: ¿Dónde está Santiago Maldonado?

Horacio Sobol

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