Hablando de la libertad

Por Facundo Basualdo para La Opinión de Tandil

 

Quién sabe acaso de principios cuando de libertad se trata. Podría ser en octubre de 1492 cuando alguien desde el carajo de un barco gritó «¡Tierra a la vista!» o tal vez cuando Fray Antonio Montesinos en 1511 escandalizó a españoles al preguntar: «¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios?». No estaría mal hablar de la libertad arrebatada cuando en 1778 agarró las riendas del reciente virreinato del Río de La Plata Juan José de Vértiz y Salcedo que como primera medida promovió el libre comercio con España, sostenido sobre la esclavitud de la mayoría negra que habitaba estas tierras.

O podríamos preguntar cómo la entendía la academia y descubrir que en el siglo XVII la Universidad de Córdoba excluía a los que tenían «contra sí la nota de mulato» o que la primera edición del diccionario de la Real Academia Española de 1780 se definía libertad como “la facultad natural, ó libre albedrío, que tiene cada uno para hacer, ó decir lo que quisiere; ménos lo que está prohibido, ó por fuerza, ó por derecho”. Afuera de las aulas y sin leer a la RAE, por buscar la libertad de los suyos descuartizaron a Tupac Katari después de prometer «Volveré y seré millones».

“¡A nosotros osan intentar/reducirnos a la antigua servidumbre!”, agitaban los franceses con La Marsellesa marchando por París y Louverture decía «trabajo para que existan» en su rebelión por la libertad haitiana de 1791, la primera del continente. «Mi ánimo se abatió —se sinceró Belgrano, cuando empezó en lo público al asumir como secretario del consulado de un gobierno lleno de españoles—, y conocí que nada se haría a favor de las Provincias por unos hombres que por sus intereses particulares posponían los del bien común.»

Mientras Estados Unidos sumaba tierras con guerra o negocios, Inglaterra se disputaba con Francia rincones del Caribe y España se desdibujaba sin dejar de nombrar virreyes, apareció el primer intento de Miranda por liberar Venezuela: «Propondremos por cuantos medios estén a nuestro alcance, a que los pueblos decidan por su gobierno».

Otro año de principios podría ser 1810 tanto para esta tierra como para las de Santiago o Bogotá, donde los pueblos clamaban libertad y, al menos por acá, a Mariano Moreno se le ocurrió escribir que «el pueblo tiene derecho a saber la conducta de sus representantes» por “el poco conocimiento de las tareas que se consagran a la pública felicidad” en una Gazeta oficialista. Fue también el primero en traducir El contrato social de Rousseau, que si de algo habla es de la libertad y en Córdoba, donde no se andan con vueltas, mandaron un mensaje a España y fusilaron al ex mandatario Liniers, mientras Monteagudo, en Buenos Aires, preparaba la primera edición del periódico ¡Mártir o Libre! para dar la noticia de la liberación a los esclavos.

Bolívar entró en Caracas y México se declaró libre cuando Artigas les gritó por la cara “¡Tiemblen los tiranos de haber excitado nuestro enojo!” y creó la provincia Oriental. San Martín, que empezaba una racha libertaria, ganó en San Lorenzo cuando se hizo la Asamblea del año XIII que pretendía ratificar libertades con una próxima Constitución. Un año después lo nombraron gobernador en Mendoza y creó el Ejército de los Andes, al que le gritaría “¡Seamos libres, lo demás no importa nada!” antes de liberar Chile, justo cuando un poco más al norte, Güemes fuera gobernador en Salta y dijera en voz alta: “La Nación sabe cuántos y cuán grandes sacrificios tiene hechos la provincia de Salta en defensa de su idolatrada libertad y debe saber que se halla siempre dispuesta a otros mayores”. Y un año después, se declaró la independencia en el Congreso de Tucumán.

Mary Shelley expuso toda la libertad de su pluma en la noche que escribió Frankestein y San Martín la replicó con su espada en Maipú, antes de encontrarse por primera vez con Bolívar en Guayaquil. Por acá Martín Rodríguez encaró hacia el sur, con la idea de liberar tierras matando indios y fundó el Fuerte Independencia que más tarde sería Tandil. Todavía nadie sabía que la libertad del país encontraría, un año después, el principio de un karma eterno cuando Rivadavia se endeudó con la Baring Brothers.

Empezaron los fusilamientos a voces libertarias cuando Lavalle fusiló a Dorrego y escribió al pueblo bonaerense, antes de arrepentirse, que “es el sacrificio mayor que puedo hacer en su obsequio”. Rosas asumió la gobernación y Bolívar murió. Creó La Mazorca y los ingleses se apropiaron de Malvinas. Quiroga se asomó en su carreta y preguntó: “¿Quién manda a esta partida?”. Le respondieron con un tiro y cayó muerto en Barranca Yaco. Sarmiento lo narró en Facundo, un libro “como tantos otros que la lucha de la libertad ha hecho nacer”.

“Siento vivamente que este bizarro hecho de armas se haya logrado a costa de tal pérdida de vidas, pero considerada la fuerte oposición del enemigo y la obstinación con que fue defendida, debemos agradecer a la Divina Providencia que aquella no haya sido mayor”, dijo un inglés mandado por la Reina Victoria después de la Vuelta de Obligado, donde Rosas perdió en los hechos pero ganó en soberanía. Poe publicó su primer cuento La caída de la casa Usher y Daguerre creó lo que será el primer daguerrotipo. Nunca sabría que las fotos algún día se verían al instante y que la libertad se expresaría en retratos de platos de comida.

El fantasma del comunismo recorría Europa, según Marx y Engels, cuando Melville dijo que “es mejor dormir con un caníbal sobrio que con un cristiano borracho” en Moby Dick, mientras acá la libertad se jugaba entre federales y unitarios, entre Rosas y la Confederación, hasta resolverse en Caseros y Alberdi enumeró las Bases de la Nación: “La patria es la libertad, es el orden, la riqueza, la civilización organizados en su suelo nativo bajo su enseña y en su nombre”. Urquiza asumió como presidente y Flaubert, en su Madame Bovary, explicó que “todo volvía a la rutina; los amos maltrataban a los criados, y éstos golpeaban a los animales”.

Se fundó la Sociedad Tipográfica Argentina, la primera agremiación en el país, y Valentín Alsina fue gobernador de Buenos Aires, sin saber que un disco con su nombre gritaría en el futuro “Barricada policial/hay que enfrentar”. Mitre lo reemplazó y en Estados Unidos el sur negro clamó libertad contra el norte blanco en la guerra de Secesión, mientras Rosas, exiliado y convertido en campesino, dijo que Buenos Aires era “lluvioso como un recuerdo” y tiró un gran spoiler patrio: “Quien gobierne deberá contar, siempre, con la cobardía incondicional de los argentinos”. Mitre, que saltó a presidente, mató a balazos a Peñaloza, el primer caudillo riojano que peleó sin esa cobardía contra el centralismo conservador.

La tierra perdió más libertades cuando se fundó la Sociedad Rural Argentina asegurando que “cultivar la tierra es servir a la patria” y en la otra punta del mundo se leyó que “en nuestra época, amigo mío, el dinero es la miel de la humanidad” en el Crimen y Castigo de Dostoievski. Marcos Paz murió de cólera sin la premonición de convertirse en antónimo de la libertad para genocidas. El primer número de La Prensa se sinceró de intereses poco libres: “Su credo lo formarían la independencia, el respeto al hombre privado, el ataque razonado al hombre público y no a la personalidad individual”. Mansilla narró sangre y tristeza en Una excursión a los indios ranqueles, reseñado en el naciente La Nación que, unas páginas antes, contó sobre la fundación de la futura golpista Standard Oil de Rockefeller.

El llamado “hombre de los códigos”, Vélez Sarsfield, se encargó del primer Código Civil y dos años después Hernández sacudió con la voz del gaucho Martín Fierro: “Un padre que da consejos,/más que padre es un amigo/y así como tal les digo/que vivan con precaución,/que nadie sabe en qué rincón/se esconde el que es su enemigo”. A Roca no le importó leerlo y, con gauchos bajo su mando, diciendo que había un desierto, se largó más al sur a matar indios y regalar tierras, mientras el país conquistado se minaba de escuelas por primera vez.

Los industriales, que no querían ser menos, fundaron la UIA a la par del asesinato de cuatro obreros anarquistas que reclamaban el delirio de laburar 8 horas diarias, justo cuando en Argentina debutara el feriado del 1 de mayo. Y Alem fundó la Unión Cívica, «¡Que se rompa, pero que no se doble!», dijo a la vez que reclamó la libertad del voto, pero se rompió y quedaron Radicales con Alem y Nacionales con Mitre. Nació el Banco Nación y Wilde puso a los jóvenes en El retrato de Dorian Gray:

—Hoy en día los jóvenes se imaginan que el dinero lo es todo. 
—Sí, y cuando se hacen mayores lo comprueban.

Los radicales revolucionaron Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba y los socialistas aparecieron con La Vanguardia. Martí dijo “que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas” y murió en la Guerra de la Independencia cubana. “Perdónenme el mal rato, pero he querido que mi cadáver caiga en manos amigas y no en manos extrañas”, respondió Alem antes de pegarse un tiro en su carreta, dejando la lucha por la libertad en las manos que no quería que lo maten.

Apareció La guerra de los mundos de Wells y a Roca lo premiaron como presidente por “la guerra contra los indios”, cuando España le cedió Cuba a EEUU como si fuera un pedazo de torta y Freud, entre tanta pesadilla, fundó el psicoanálisis con La interpretación de los sueños, mientras los trabajadores creaban la Federación Obrera Argentina. La respuesta conservadora llegó rápido: sancionaron la ley del Ejército con el Servicio militar obligatorio y la de Residencia para perseguir la libertad anarquista de los inmigrantes. Yrigoyen, bien radical, se frustró en un nuevo levantamiento que contó cuando salió La Razón.

En la primera Gran Huelga de inquilinos, Miguel Pepe, un pibe de 15 años baleado por Falcón, pidió: “Barramos con las escobas las injusticias de este mundo” y con escobas marcharon al otro día las mujeres y los hijos de las familias inquilinas. Y en Comodoro Rivadavia descubrieron el petróleo que nos haría más libres o más dependientes, y en el centro porteño inauguraron el Colón con Aida, de Verdi, uno de los extranjeros con los que no había problemas porque no residía acá.

Radowisky pidió libertad y mató al asesino Falcón al filo del primer centenario patrio y de la huelga que reprimieron con balas y limitaron con la ley de Defensa social. Se hundió el primer trasatlántico, se cayó la piedra Movediza y se sancionó la ley que tanto desearon los radicales. Botana apareció con Crítica y José Ingenieros describió al hombre mediocre de la época: “No sólo se adula a reyes y poderosos; también se adula al pueblo. Hay miserables afanes de popularidad, más denigrantes que el servilismo. Para obtener el favor cuantitativo de las turbas, puede mentírseles bajas alabanzas disfrazadas de ideal”.

Estalló la Gran Guerra y Kafka apareció como un bicho extraño cuando Yrigoyen llegó a la presidencia por primera vez con votos y los rusos quebraron al zarismo con una revolución. “Los dolores que quedan son las libertades que faltan”, se escuchó gritar en la reforma universitaria parida en Córdoba. EEUU se tomó la libertad de cortar el chupi y ley seca para todos, mientras en los Talleres Vasena reprimieron durante una semana trágica que se extendió hasta la Patagonia rebelde. Nació la URSS y Mussolini se adueñó de Italia cuando Hitler escribió Mi lucha.

Se parió la Unión Sindical Argentina y murió Lenin después de decir que “los más astutos guardianes del orden actual de cosas no pueden impedir el despertar del pensamiento del proletariado”. Y por pretender la nacionalización del petróleo, Yrigoyen inauguró la tradición radical de no terminar gobiernos en el siglo XX. Lo tiraron con el primer Golpe, se vanagloriaron con la dependencia del Pacto Roca-Runciman y los describieron como la primera década infame en la que también nació la CGT, Huxley soñó Un mundo feliz, Hitler finalmente fue canciller, Roosevelt apareció con el New Deal y Sandino fue asesinado en Nicaragua antes de verla libre.

Fundaron la Corporación Argentina de Productores de Carne y mataron a Enzo Bordabehere en el Congreso por discutir irregularidades en el comercio carnívoro.

—Usted tiene una lágrima en la garganta —le dijo Caruzo y Gardel respondió cantando a Buenos Aires:

—Cuando yo te vuelva a ver no habrá más pena ni olvido.

La guerra civil empezó en España y fusilaron a García Lorca cuando Miguel Hernández escribió “para la libertad, sangro, lucho y pervivo” y Hemingway preguntó Por quién doblan las campanas al volver a su casa cubana. Doblan por ti, se respondió y Mercader mató a Trostky en Coyoacán. Los alemanes se rindieron justo cuando nombraron a Perón como Secretario de Guerra, luego de Trabajo y previsión, y después vicepresidente. Tembló San Juan y Eva se cruzó en su camino justo antes de que lo metieran preso y que cayeran bombas atómicas en Japón. La guerra terminó y se escuchó el fundante grito obrero más potente de la historia por la libertad del General. “Braden o Perón” gritaron las calles y nació el Estado Asesino de Israel cuando asesinaron a Gandhi. La nueva Constitución se declaró con “la irrevocable decisión de constituir una Nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana”. Y la Universidad empezó a ser gratuita. A Menéndez no le gustó y se levantó por primera vez contra el voto peronista y por primera vez las mujeres respondieron con sus propios votos, poco antes del silencio eterno de Eva. Bombearon la CGT, que respondió con incendios en sedes gorilas, que no se achicaron y sacudieron con más bombas en Plaza de Mayo, “cinco por uno, no va a quedar ninguno”  y el telón se cerró con el golpe del ’55, que prohibió ser libre de decir y a los primeros que quisieron levantarse, los masacraron.

Hablando de libertad, Fidel y el Che entraron en La Habana. Cuando Alsogaray era ministro de Economía, Fidel visitó el país. Un muro se levantó en Berlín y los gusanos fueron expulsados en Bahía de los Cochinos. “El fondo de un hombre es el uso que haga de su libertad”, escribió Cortázar en la libertad literaria de Rayuela. Chau Frondizi, hola Illia. EEUU disparó en Vietnam y un tiro lo recibió Malcom X en alguna ciudad negra. Chau Illia, hola Onganía, y todo empeoró: la UBA oscureció y la apalearon. Y mataron a un hombre libre en Bolivia.

Prohibido prohibir” exigieron en francés y “Luche, luche, luche, no deje de luchar por un gobierno obrero, obrero y popular” cantaron en cordobés. Montoneros se presentó con el secuestro a Aramburu y Allende fue el salvador elegido por los chilenos, menos por Pinochet que lo bajó cuando no se bancó más los límites a la libertad empresarial.

La fuga de Rawson se logró a medias y la patria fusilada renació en Trelew, mientras a Lanusse le decían que “Perón vuelve cuando se le canten las pelotas” y Héctor Cámpora asumió el gobierno para liberar a todos los presos por luchar. Rucci se convirtió en una Traviata, el ERP intentó tomar instalaciones militares en Azul, la Revolución de los Claveles liberó Portugal y la Triple A asesinó a Ortega Peña cuando murió Perón, después de llamar “imberbes y estúpidos” a la juventud maravillosa. Atrás se murió Franco y apareció Videla. Vietnam se liberó de los yanquis y la guerrilla local creyó que podía ganar, cuando el primer 2 de abril trágico Martínez de Hoz anunció el plan económico dictatorial.  

“El silencio es salud” insistieron los milicos y mataron a Santucho y desapareció Conti y murió confusamente el obispo Angelelli y desaparecieron pibes una noche de lápices y Walsh escribió una carta contra el silencio y desapareció y nacieron las Madres más libres del mundo. En medio del desastre, Charly fue libre con su máquina de hacer pájaros, con una rosa en los dientes y una pata en el teclado, cuando quería desaparecer dinosaurios. La CGT hizo la primera huelga en el ‘82 y Galtieri respondió con que “si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”, y cientos de pibes, presos de pelear por la libertad, murieron en Malvinas.

Nunca más, se dijo por primera vez. Y se repitió contra el punto final y la obediencia debida. “La casa está en orden”, gritó un radical y cayó Pinochet. Y asumió otro caudillo riojano que estafó al pueblo indultando genocidas y fundiendo a todos, o casi, durante una nueva década de infamia, mientras la libertad se calentaba en las llantas de los piquetes, se escuchaba en la carpa blanca de los docentes y se bluseaba con Los Redondos: “Mi amor, la libertad es fanática/ha visto tanto hermano muerto,/tanto amigo enloquecido,/que ya no puede soportar/la pendejada de que todo es igual,/siempre igual, todo igual, todo lo mismo”. Y el hartazgo estalló con el “que se vayan todos” en diciembre primero y en junio después, empujando una seguidilla de presidentes con decenas de muertos por balas policiales.

Ahí, en plena crisis democrática, nació un nuevo principio. Y con más o menos desacuerdos, esos principios de libertad se hacen más palpables para cualquiera. Las Madres y las Abuelas abrazaron a Kirchner, se anularon las leyes de la impunidad y se empezó a limitar la libertad de los genocidas. Y la policía mató a Fuentealba. Y Chávez gritó “Alca, al carajo”. Y nos desaparecieron a López. Y la deuda empezó a achicarse por primera vez en medio siglo. Y las calles casi que dejaron de ser reprimidas. Y los sindicatos crecieron, y tuvieron, otra vez, sus paritarias. Y asumió la presidencia por primera vez una mujer. Y se ganaron otra vez algunas libertades nacionales como volar o envejecer o crecer con más dignidad. “¡Viviremos y venceremos!”, volvió a gritar Chávez antes de morir. Y se legalizó el derecho de decir sin necesidad de lucrar. Y para que la historia del pueblo laburante no tenga que empezar de nuevo, todo lo dicho doscientos años hacia atrás sobre la libertad se escuchó entre las organizaciones que se sintieron en el gobierno y entre las que no, también.

Pero no alcanzó y la libertad se restringió a un ballotage en el que ganó un empresario que retrocedió con cada libertad ganada. Y el salario ajustó libertades, y cada vez hay más pibes presos, y la deuda volvió a la normalidad de aumentar, y la desocupación volvió a crecer, y pretenden que la política sea otra vez mala palabra, mientras conducen al país hacia un nuevo abismo, ignorando que —como supo escribir Walsh— las causas que movieron la resistencia del pueblo argentino no desaparecerán sino que se verán agravadas por el recuerdo del estrago causado y la revelación de las atrocidades cometidas. Porque aún si mataran al último militante, en días patrios como este, la lucha por la libertad resurgirá en todas partes y se gritará como en miles de pintadas que hace 540 días exigen “algo tan grande como el cielo y las montañas y tan pequeño como una gota de rocío”: Libertad para Milagro, una mujer que a la vez es el pueblo, que a la vez es la historia.

Horacio Sobol

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