Desert Trip: Día tres

Por Nicolás Cuesta

El Coachella Valley otra vez acorde a la cita, la tercera y última del Desert Trip. Del calor de los Stones, pasando por los vientos desatados por Neil Young, llegamos al gélido encuentro con los Who y Waters. El espíritu festivo de las primeras noches viró hacia la protesta y la denuncia, con actuaciones que dejaron una audiencia atormentada de sentido.

Enseguida se percibe que es el día con mayor cantidad de público. Al pasar creo escuchar que por ser el día final los residentes entran gratis. Cerca de donde estoy sentado un chileno se revuelca por el pasto, grita, se agarra los pelos. Un mal viaje de ácido, y el domingo se cobra su primer víctima. Esta frío el atardecer y las zapatillas esta vez se quedarán puestas. De pronto, el murmullo de la multitud anuncia que Pete Townshend y Roger Daltrey están en escena para largar I Can’t Explain, un agradable rock bailable que saca al público del letargo inicial. Pasa The Seeker y le dan cuerda a los bellos coros de Who Are You. Con The Kids Are Alright y Behind Blue Eyes se perciben los primeros puntos altos de conexión con los fanáticos. Los Who también están aceitados, que no se dude. Es el último concierto de la gira ‘The Who Hits 50′ que los trajo a California con las manos calientes y las guitarras afiladas. Que temazo es You Better You Bet, y lo cantan como a los 20; sobre eso también se puede apostar. El video que se proyecta de fondo es la primera dosis de realidad del fin de semana. Hay movimiento de tropas, bombas cayendo, Thatcher, Bush, Tony Blair y la muerte de Lady Di. Suena The Acid Queen y el viaje desértico empieza anunciar el aterrizaje. Después del aire enrarecido que deja a su paso Love Reign O’er Me, se acercan al cierre con dos clásicos: See Me, Feel Me y Baba o’ Riley. El final lleva una intro épica y nos convoca a la nueva revolución con Won’t Get Fooled Again.

En el entretiempo salgo a caminar. Casi una ciudad de motorhomes y casillas rodantes se emplaza sobre uno de los costados del Empire Polo Club. No se puede creer la cantidad que hay, ni la calidad de estos monstruos. La gran mayoría se ensanchan mecánicamente para convertirse en departamentos de lujo. Cuando parece que viste el más zarpado, te topás con una nave espacial peor. Y así se suceden. El de Robert y Linda, una pareja de canadienses de sesenta años tiene una especie de terraza semi abierta con estética setentosa de la que sale música disco; parece sacada de Scarface. Me dicen que Al Pacino esta en el festival. Lo busco en la casilla, pero no lo veo. Al que sí veo más adelante es a Ray: alto y flaco, de largos bigotes. Tiene un aire a Larry Bird. Anda con un perro que viaja con el, uno de esos chiquitos y peludos. Ray habla apurado, pero logro entenderle que casi vive en el motorhome que nos hace sombra. Dice que después de California se va a México a pescar y que ya no trabaja. Debe estar jubilado, o algo así. Mientras me alejo, lo escucho agitar al perro para que se decida a mear.

Varios minutos antes de que salga Waters ya hay un fondo de estrellas proyectado en las pantallas del imponente escenario. Roger carga sus propias herramientas, es sabido. Su sonido no se compara con el de ninguno, la escenografía tampoco. El ex líder de Pink Floyd monta un espectáculo de excepción.

La primera parte del concierto esta dedicada al eterno Dark Side of the Moon. Se destacan Time, Money y The Great Gig In The Sky con los coros de dos rubias que la rompen toda. Luego es el turno de Shine On You Crazy Diamond a disco completo. Inicia con esas puñaladas de cuerdas agudas en las que es imposible no evocar a David Gilmour y termina con una tierna versión de Wish You Were Here.

Para la parte del disco «Animals» Roger muestra todas las cartas. De atrás del escenario se elevan cuatro chimeneas y un pequeño cerdo volador que emulan la legendaria tapa del disco. Lo de Waters, más que un concierto con canciones, es una obra multisensorial, que además de ser psicodélica e hipnotizadora, es valiente, provocadora y actual. Por eso cuando aparece el clásico cerdo gigante de «Animals» con la cara de Trump muy pocos se sorprenden. A menos de un mes de las elecciones presidenciales, Roger se despacha a domicilio contra el candidato republicano. Se para de manos: lo llama racista, sexista, ignorante y mentiroso. Las citas de las peores declaraciones de Trump que se proyectan en la pantalla culminan con un contundente «Trump es un cerdo».

El ambiente esta preparado para pasar a The Wall y que Waters se calce su largo saco de cuero y en la pose fascista de In The Flesh pregunte «si hay algún paranoico hoy aquí». Ataca furiosamente Run Like Hell con un fondo de injusticias históricas que se disuelven en una leyenda que reza «que si no estas enojado es porque no estás prestando atención». Suenan las sirenas en modo cuadrofónico, se escuchan las botas marchando y la canción nos dice que mejor corramos, porque se pudre todo. La noche se vuelve aterradora. Vera y Bring The Boys Back Home serán un alivio y el preludio para el final con Confortably Numb, a puro derroche de láser y fuegos artificiales. Ese final tan perfecto es el único posible para el Desert Trip.

Los viejos han sembrado su legado. Lo enterraron en las arenas del desierto californiano bajo un cielo de luna llena. El meeting septuagenario fue un éxito porque todavía hay mucho hilo en esos carreteles. El tiempo sigue de nuestro lado: el rock, no morirá jamás.

Redaccion

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